¡Cachis en la mar! Eso parece. Ya no sólo son trigueñas y azulojiles las tops más bellas del mundo, resulta que Caperucita también tiene claras la mirada y la estela.
Esta mañana andaba yo distraída y perdida por la red, en busca del espectáculo flamenco de mi profe de lo dicho, cuando me encuentro delante de mis narices el cartelito de una obra de teatro, "Caperucita Roja".
En ese cartelito, el lobo tiene un lomo con la longuitud de un velo de novia y la nena... ejem... la nena luce un tupido flequillo rubio y unos ojazos azules que no le caben en la cara... ¡¡¡leeeeechesssss!!!.
Pero vamos a ver, ¿por qué?, ¿quién lo dice?, ¿dónde lo pone?. Esto tengo yo que discutirlo cómo sea... ¡faltarías más!. Caperucita no puede ser así, debe tratarse de un error de imprenta o digital o algo... el diseñador es daltónico (¿?), se agotó la tinta oscura (...).
¡Voy a investigar!
Levanto la mirada de la pantalla del ordenador y constato que el último diccionario enciclopédico que adquirí es del 2004. Un poquito viejo, sí, vale. Pero ahí lo dejo, pobrecillo, también tiene derecho a vivir.
COMIENZO DE LA ACLARACIÓN:
Yo es que, desde chiquitilla, he pensado que los objetos, al contrario que algunas personas, tienen sentimientos. Lo descubrí a los cinco o seis años. Siempre he sido muy observadora ;)
Mi madre me llevó a una tienda de bolsos, a comprarme el primero de una larga, larguísima lista (...). Había dos opciones: uno azul marino, redondo y abombado con broche plateado o uno blanco, fino y elegante, con enganches dorados. Sentí tanta lástima del azul marino... ¡Oh, criaturilla mía!, ¿quién te va a querer a ti con lo horroroso que eres?. ¿Quién lo va a querer, dices? Pues la tonta que estaba allí delante, o séase, yo misma.
Allá dónde esté ahora mi primer y pequeño bolsito azul marino... (seguro que en el cielo de los bolsos, un lugar en el que ninguno se rompe y todos brillan y vuelan, ligeros como plumas pero profundos como el océano, un paraíso en el que juegan con otros bolsos iguales a ellos pero de distintos colores, tirándose por toboganes limpios y montando en columpios que no hacen daño si te pegas con ellos en la frente, disfrutando de grandes espacios de descanso y cuelgue -en lugar de estar apretujados en diminutos armarios, amontonados en sillas o altillos polvorientos u olvidados en rinconces inhóspitos de alguna casa, aunque poco antes de llegar a ella escucharan una voz femenina mentir, pérdon, rogar: "Sí, amorcito, sí, ya sé que es muy caro, pero me viene perfecto para varios de mis zapatos... será el último que te pido este mes, ¡lo prometo!-).
Allá dónde se encuentre, decía, se acordará mucho de mí y del cariño incondicional que le profesé hasta el último momento, hasta aquel infausto día, años más tarde, en que mi madre me lo arrebató de las manos en contra de mi voluntad porque no estaba dispuesta a cargar durante nuestra mudanza con "más porquería de la niña"*. *Frase literal de mi amadísima madre ;-D
FIN DE LA ACLARACIÓN
Estaba yo pensando antes de esta apasionante confesión... ¿cómo podría confirmar que Caperucita era cómo debía ser?, ¿dónde encontrar una fuente nueva, fresca, actualizada?, ¿qué hacer?... ¡consultar la Wikipedia! Los de la "Wiki" lo saben todo, esta gente es buena, se curran el tema, sí, sí, fijo que me confirman mi teoría de que Caperucita era morena y de ojos marrones... sí, claro, ¡y un jamón!.
Según la "documentación" que se conserva, esto es, lindas y primorosas ilustraciones del clásico, la niña del carajo era rubia... Sólo es morenita una versión estadounidense, acampanada y de labios rojos. En este último caso, una niña con esa boca y, encima, rubia, ya iba a cantar mucho -uhm, se me ocurre un ingenioso e inédito apelativo para Caperucita, ¡qué maravilloso es crear nuevas palabras con prefijos y sufijos!...-.
Ea, muchacha, pos nada: Caperucita también era rubia y de ojos azules.
¡Arggggg, ñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkjñlkj!
jueves, 9 de diciembre de 2010
martes, 15 de junio de 2010
UN SOPLO DE AIRE FRESCO
No os recomiendo que vayáis a Elche en tren o en avión. Tampoco en autobús, sobre todo si alguno de los armatostes se para a la altura de Granada y se niega a continuar andando o volando. En mi caso el que se encabezonó en no seguir con su trabajo fue el autobús; si hubiera sido el avión, os habríais enterado antes. Vale, de acuerdo, la mejor opción era el bus.
Iba yo feliz de la vida viendo la película que nos habían puesto (“Tapas”), preparada para digerir ocho horas de trayecto sobre cuatro ruedas gigantes cuando, poco después de salir de Granada, el autobús comenzó a hacer ruidos extraños, el humo blanco nos rodeó, el motor se paró y la máquina se quedó encajada en el arcén de una carretera en una montaña cualquiera. No tuve la precaución de preguntar el nombre del sitio, aunque pasé allí hora y media. Sapos y culebras comenzaron a salir de la boca de los pasajeros.
“¡Mierda! Y ahora… a esperar a que venga el de reserva desde Granada… veremos cuánto tarda… “
“¡No me lo puedo creer, no me lo puedo creer!. Joder, para una vez que me pillo el directo, que es más caro pero tarda menos, va y se rompe… “
“¡Me cago en la leche! Esto es gafe… el tercero, el tercero en dos meses… ¡autobús en el que viajo, autobús que se rompe!”
Se hizo de noche, bajó la temperatura. Yo juraría por mi madre que lo que se oía a lo lejos eran lobos aullando… o es que he visto muchas películas de terror, una de dos. Así pasamos una hora y pico, esperando “la reserva”. No hay luz, el conductor ahorra energía. El que puede escucha música, otro llama a la familia. Y dos se gustan.
En los asientos delanteros, a la izquierda, un chaval de veintitantos charla en “Spanglish” con un mochilero estadounidense que no entiende qué ha pasado. En otro asiento delantero, a la derecha, una muchacha morena, de ojos grandes e Inglés básico se cuela en la conversación de los primeros. Y las chispas saltan, rebotan en el techo del autobús y yo, que estoy al fondo, las veo zigzaguear y luego desvanecerse, mezclándose con el aire, me incorporo en el asiento y respiro profundamente, un poco de aire fresco siempre viene bien.
Celebramos con aplausos la llegada del nuevo cachivache rodante. Nos mudamos. El chaval y la muchacha ya no hablan con el estadounidense tonto. Se sientan juntos y en el silencio del vehículo, de la noche y de la carretera, sólo se les oye a ellos. Se relatan la vida, se adornan y adulan el uno al otro, se ríen juntos, una hora tras otra. El rumor de su diálogo va y viene como el rumor del mar y la brisa de su deseo casi mueve las cortinillas.
Hemos parado en un restaurante de Lorca. Las señoras salen pitando para el baño; los señores se fuman un cigarrito. Después de un rato, la que escribe se planta en la puerta del bus, quiero subir pero no hay modo, está cerrado. El portátil pesa como uno de mesa. Miro a mi alrededor. Hay un gato negro a mi lado, qué bonito. Lo miro, me mira, nos hacemos amigos al segundo. Ojala pudiera llevármelo, no puedo. Le pongo carita de cordero degollado al conductor. Nos abre la puerta, ya nos vamos. Falta alguien, faltan dos.
Sí ya no tengo nada más que decirte, ni nada más que escuchar de ti, calla y mírame. Viviré en tus ojos y moriré en tu boca, resucitaré en tus brazos y latiré en tu corazón. Dame un beso… o dos, largos, fríos y dulces. Los guardaré aquí, con el primero que di y el que nunca recibiré. Si este viaje durara para siempre, para siempre sería tuya, ¿serías tú mío también?.
Pasan unos minutos. El conductor se cansa de esperar, toca el claxon varias veces. Los dos aparecen corriendo, vienen del parquecito que hay detrás del restaurante; el gato los mira y me mira y me guiña el ojo o yo se lo guiño a él. Ella sin aliento, con el pelo revuelto; él sonriente, con los labios rojos. Se suben al autobús y guardan silencio… en silencio es más fácil conservar en la memoria lo que nos sucede; lo que no ocurre, se graba de otra forma.
Hemos llegado a Elche. Me bajo del autobús. Ellos siguen, no sé hasta dónde. A la una de la madrugada las calles de Elche ya están puestas, pero la gente no. Mis tacones repican en el suelo y pesan en mi espalda el bolso, la mochila, el portátil, el expediente, mi paciencia, mi cansancio y mi sueño. No sé cómo acaba “Tapas”, tampoco sé si aquella aventura terminó con la última parada o la última parada fue sólo un principio.
El gato sigue rondando aquel restaurante. Todas las noches se da un paseo por el parquecito de atrás, para iluminarse, alegrarse y respirar aire fresco, porque no hay oscuridad que apague la luz que allí dejaron una noche un chico sonriente y una chica de ojos grandes.
Si aquel autobús no se hubiera estropeado y esa pareja no se hubiera encantado, yo no hubiera podido escribir este texto, o al menos, no tal como lo he hecho. Me alegro de que el autobús se rompiera. No me importó llegar mucho más tarde de lo previsto ni andar sola y cargada por una ciudad vacía y oscura. Mis tacones la llenaban y la chispa de aquel aire fresco aligeraba mi peso y alumbraba mi camino.
Iba yo feliz de la vida viendo la película que nos habían puesto (“Tapas”), preparada para digerir ocho horas de trayecto sobre cuatro ruedas gigantes cuando, poco después de salir de Granada, el autobús comenzó a hacer ruidos extraños, el humo blanco nos rodeó, el motor se paró y la máquina se quedó encajada en el arcén de una carretera en una montaña cualquiera. No tuve la precaución de preguntar el nombre del sitio, aunque pasé allí hora y media. Sapos y culebras comenzaron a salir de la boca de los pasajeros.
“¡Mierda! Y ahora… a esperar a que venga el de reserva desde Granada… veremos cuánto tarda… “
“¡No me lo puedo creer, no me lo puedo creer!. Joder, para una vez que me pillo el directo, que es más caro pero tarda menos, va y se rompe… “
“¡Me cago en la leche! Esto es gafe… el tercero, el tercero en dos meses… ¡autobús en el que viajo, autobús que se rompe!”
Se hizo de noche, bajó la temperatura. Yo juraría por mi madre que lo que se oía a lo lejos eran lobos aullando… o es que he visto muchas películas de terror, una de dos. Así pasamos una hora y pico, esperando “la reserva”. No hay luz, el conductor ahorra energía. El que puede escucha música, otro llama a la familia. Y dos se gustan.
En los asientos delanteros, a la izquierda, un chaval de veintitantos charla en “Spanglish” con un mochilero estadounidense que no entiende qué ha pasado. En otro asiento delantero, a la derecha, una muchacha morena, de ojos grandes e Inglés básico se cuela en la conversación de los primeros. Y las chispas saltan, rebotan en el techo del autobús y yo, que estoy al fondo, las veo zigzaguear y luego desvanecerse, mezclándose con el aire, me incorporo en el asiento y respiro profundamente, un poco de aire fresco siempre viene bien.
Celebramos con aplausos la llegada del nuevo cachivache rodante. Nos mudamos. El chaval y la muchacha ya no hablan con el estadounidense tonto. Se sientan juntos y en el silencio del vehículo, de la noche y de la carretera, sólo se les oye a ellos. Se relatan la vida, se adornan y adulan el uno al otro, se ríen juntos, una hora tras otra. El rumor de su diálogo va y viene como el rumor del mar y la brisa de su deseo casi mueve las cortinillas.
Hemos parado en un restaurante de Lorca. Las señoras salen pitando para el baño; los señores se fuman un cigarrito. Después de un rato, la que escribe se planta en la puerta del bus, quiero subir pero no hay modo, está cerrado. El portátil pesa como uno de mesa. Miro a mi alrededor. Hay un gato negro a mi lado, qué bonito. Lo miro, me mira, nos hacemos amigos al segundo. Ojala pudiera llevármelo, no puedo. Le pongo carita de cordero degollado al conductor. Nos abre la puerta, ya nos vamos. Falta alguien, faltan dos.
Sí ya no tengo nada más que decirte, ni nada más que escuchar de ti, calla y mírame. Viviré en tus ojos y moriré en tu boca, resucitaré en tus brazos y latiré en tu corazón. Dame un beso… o dos, largos, fríos y dulces. Los guardaré aquí, con el primero que di y el que nunca recibiré. Si este viaje durara para siempre, para siempre sería tuya, ¿serías tú mío también?.
Pasan unos minutos. El conductor se cansa de esperar, toca el claxon varias veces. Los dos aparecen corriendo, vienen del parquecito que hay detrás del restaurante; el gato los mira y me mira y me guiña el ojo o yo se lo guiño a él. Ella sin aliento, con el pelo revuelto; él sonriente, con los labios rojos. Se suben al autobús y guardan silencio… en silencio es más fácil conservar en la memoria lo que nos sucede; lo que no ocurre, se graba de otra forma.
Hemos llegado a Elche. Me bajo del autobús. Ellos siguen, no sé hasta dónde. A la una de la madrugada las calles de Elche ya están puestas, pero la gente no. Mis tacones repican en el suelo y pesan en mi espalda el bolso, la mochila, el portátil, el expediente, mi paciencia, mi cansancio y mi sueño. No sé cómo acaba “Tapas”, tampoco sé si aquella aventura terminó con la última parada o la última parada fue sólo un principio.
El gato sigue rondando aquel restaurante. Todas las noches se da un paseo por el parquecito de atrás, para iluminarse, alegrarse y respirar aire fresco, porque no hay oscuridad que apague la luz que allí dejaron una noche un chico sonriente y una chica de ojos grandes.
Si aquel autobús no se hubiera estropeado y esa pareja no se hubiera encantado, yo no hubiera podido escribir este texto, o al menos, no tal como lo he hecho. Me alegro de que el autobús se rompiera. No me importó llegar mucho más tarde de lo previsto ni andar sola y cargada por una ciudad vacía y oscura. Mis tacones la llenaban y la chispa de aquel aire fresco aligeraba mi peso y alumbraba mi camino.
jueves, 20 de mayo de 2010
SI OYES CASCABELES...
Si oyes cascabeles, corre tras ellos… róbales un segundo de alegre tintineo… y resérvalo en tu memoria… para traerlo a ella cuando otra música te hiera…
Si ves luces y colores, bebe de ellos… unta tu cuerpo de luz… brilla en tu interior… para poder recordar cómo resplandecer bajo la noche…
Si disfrutas de una sonrisa, ríndete y sucumbe a ella… rueda en su llamada de júbilo… grábala en tu corazón… para repetirla cuando tu alma llore…
En tu amanecer, el ocaso de otro acudirá a ti para correr tras tus tintineos, beber de tu resplandor y sonreír contigo… la vida maravillosa e imperfecta iluminará al mundo por siempre… y tu llanto de hoy reirá mañana con él… ;-D
Si ves luces y colores, bebe de ellos… unta tu cuerpo de luz… brilla en tu interior… para poder recordar cómo resplandecer bajo la noche…
Si disfrutas de una sonrisa, ríndete y sucumbe a ella… rueda en su llamada de júbilo… grábala en tu corazón… para repetirla cuando tu alma llore…
En tu amanecer, el ocaso de otro acudirá a ti para correr tras tus tintineos, beber de tu resplandor y sonreír contigo… la vida maravillosa e imperfecta iluminará al mundo por siempre… y tu llanto de hoy reirá mañana con él… ;-D
lunes, 17 de mayo de 2010
UN BESO CASTAÑO DE FRESA
¿Qué ha pasado?
No ha pasado nada, porque nada debía pasar.
¿Habéis hablado?
Yo sí he hablado, permití que el agua saliera para evitar ahogarme.
¿Y él qué ha dicho?
Nada; y no sé si me habla con los ojos o lo imagino... pero siento que piensa... piensa que le gustan morenas, divertidas, cuerdas y alegres.
Tú eres todo eso...
No, no lo soy. No soy morena, ni divertida, ni estoy cuerda y, a menudo, no estoy alegre.
Eso no es cierto...
Sí, es cierto y lo sabes. Por todo, por mí y un tanto por esto, me quedaré aquí, cobijada en mi mundo castaño de reflejos rubios, aburrido, loco y triste. Es así, pero es mío y lograré cambiarlo... y colorearlo de nuevo para que luzca como antes... vaciaré un millón de cubos de agua roja, amarilla y azul en sus paredes...
...la vida dará mil vueltas y yo dejaré de ser triste y aburrida, aunque siempre estaré un poco atolondrada y conservaré el beso que no le dí guardado en mis reflejos dorados... un beso castaño de fresa... frío, dulce y rojo...
No ha pasado nada, porque nada debía pasar.
¿Habéis hablado?
Yo sí he hablado, permití que el agua saliera para evitar ahogarme.
¿Y él qué ha dicho?
Nada; y no sé si me habla con los ojos o lo imagino... pero siento que piensa... piensa que le gustan morenas, divertidas, cuerdas y alegres.
Tú eres todo eso...
No, no lo soy. No soy morena, ni divertida, ni estoy cuerda y, a menudo, no estoy alegre.
Eso no es cierto...
Sí, es cierto y lo sabes. Por todo, por mí y un tanto por esto, me quedaré aquí, cobijada en mi mundo castaño de reflejos rubios, aburrido, loco y triste. Es así, pero es mío y lograré cambiarlo... y colorearlo de nuevo para que luzca como antes... vaciaré un millón de cubos de agua roja, amarilla y azul en sus paredes...
...la vida dará mil vueltas y yo dejaré de ser triste y aburrida, aunque siempre estaré un poco atolondrada y conservaré el beso que no le dí guardado en mis reflejos dorados... un beso castaño de fresa... frío, dulce y rojo...
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