domingo, 24 de mayo de 2009

TETEADOS

Transtornos Temporales de Atención II

- ¡Carolino, Carolino!, ¿me oyes?, ¿qué demonios pasa?
- Joder, Raimundo… ya te he dicho que estoy en mi coche… aún no he salido para allá, ¡Dios!.

Carolino está agazapado debajo del volante de su coche, un Honda 4x4. Habla a susurros, con un débil hilillo de voz, casi imperceptible. Tiene los ojos hundidos, tristes apagados. Sus enormes ojeras los enmarcan. Prácticamente no ve. Tampoco piensa, no carbura, está bloqueado. Carolino odia conducir desde que atropelló a aquella ancianita en su primera clase de autoescuela. Fue una fatalidad, sobre todo para la ancianita, que recibió una sustanciosa indemnización y desde entonces anda a saltitos, como un cangurito joven.

- Vamos a ver, Carolino, ¿se puede saber qué coño haces?, ¿por qué no estás ya aquí? Llevamos una hora y media esperándote en la sala de juntas.
- ¡Sshhhh, cállate hombre, que te van a oír!, ¡Dios!

Dos gatos se meten debajo del coche. Uno es negro, el otro blanco roto y negro, como una vaquita. Carolino no distingue los blancos. Se dio cuenta de ello el día que se compró el traje que llevaba puesto. Todavía no tiene claro quién fue a probárselo y quién lo pagó, lo que es evidente es que no era él, porque le queda dos tallas grandes, como sus gafas. Se deslizan constantemente por su diminuta nariz y pasa las horas subiéndoselas una y otra vez.

- ¿Quién me va a oír?, ¿qué dices, estás loco?, ¿quieres decirme de una puñetera vez qué ha pasado con el dossier de las patatas?

Carolino no responde. Se mueve despacio, a pequeños impulsos, intenta meterse en el espacio que hay debajo del volante, encima del freno, el embrague y el acelerador. No lo consigue, sólo logra golpearse la cabeza con el volante y que se le caigan las gafas.

- ¡Auich!...Dios…
- ¿Carolino, Carolino? ¿Pero qué mierda haces?

Un señor paseando al perro se acerca al coche. Es un perro de agua marrón que trota levemente sobre sus almohadillas y dirige con discreción el hocico hacia los bajos del coche de Carolino, en busca de los gatos. El dueño le tira bruscamente de la correa, cambian de sentido y se alejan del coche en dirección a un alcorque vacío que se disponen a llenar. La ciudad está repleta y henchida de alcorques profusamente adornados con caca de perro.

- ¡Carolino, Carolino!, ¿quieres responderme de una puñetera vez?
- Raimundo, tranquilízate, no es para tanto, Dios…me he pisado las gafas…
- Tiene gracia... ¡¿Que no es para tanto?!,¡¿que no es para tanto?!... ¡¡¡ ¿tú tienes idea de la pasta que podemos ingresar con el anuncio de las malditas patatas?, ¿es que no sabes que ese dossier es el único original que tenemos con la horrenda marca de esas asquerosas patatas?!!!
- Sí, Raimundo, sí... ya lo sé, mejor que tú…¡Dios!.

Se aproxima al coche el barrendero de la zona, un chaval joven con los cascos del mp3 puestos en la oreja. Ha posado los ojos en el parabrisas y ha descubierto a Carolino intentando infructuosamente plegarse entre los pedales y el asiento del piloto. En un instante fugaz, sus miradas se encuentran. El barrendero tiene los ojos vivos, profundos y expresivos, pareciera que mirándolos un rato pudieras sumergirte en ellos.

- Pues entonces, Carolino, por tu madre de tu alma, ¿me vas a decir dónde coño está el dossier? - ¿Cómo es posible que no esté ya encima de la mesa de Anastasio?
- Anastasio... Dios, Anastasio, lo había olvidado, Dios... me va a matar cuando se entere...
- ¡Dios, Dios, Dios, pareces un telepredicador!, ¡No creo que te mate, antes te mato yo! ... pero, ¿cuándo se entere?... ¡¿cuándo se entere de qué?!

El barrendero tararea una canción. Carolino le ha retirado la mirada, siente vergüenza de que pueda verle en semejante situación. El chico se hace el distraído y también aparta la suya del coche, no ha visto nada, ni estúpido ni extraordinario. Continúa su labor unos metros adelante. Carolino desea con todas sus fuerzas que la próstata de Anastasio grite y éste se levante a mear y se caiga de bruces en el cuarto de baño de la oficina… aunque sea imposible encajar, ni a presión, su metro ochenta entre el váter, el lavabo y el armarito donde guardan los rollos de papel higiénico perfumado, juntitos los tres elementos en paso de chotis.

- Raimundo... he cometido un error, un grave error y no sé dónde está el dossier.
- Carolino, el corazón está a punto de salírseme por la boca… ¿cómo me dices eso?, ¿cómo me has hecho esto?, ¿y ahora qué vamos a hacer?, ¿qué vas a hacer?...
- Lo siento, Raimundo, de verdad que lo siento... no sé cómo sucedió, ni siquiera lo recuerdo...
- No, Carolino... déjalo, no supliques, está todo dicho...

Estas nuevas escobas son una porquería como un piano, escasos metros allá. Más papel en la orgánica, esto es increíble, ¿tan difícil es poner cada basura en su contenedor? Se agacha y coge una carpetilla de color verde, repleta de papeles que sobresalen por los tres costados abiertos.

- Por favor, Anastasio... entiéndeme, la perdí de vista un instante fugaz,... llegué a casa tan cansando anoche, trabajamos hasta tarde pero quería repasar unos datos... recuerdo que aparqué, bajé del coche...
- Carolino, no sigas…. Pensemos algo, Anastasio sigue esperándome en la sala, debes venir tú a decírselo....
- …aparqué, bajé del coche... sé que la llevaba en la mano... después me puse la chaqueta…

La abre. ¡Ostras, qué cosa más fea!, ¿qué será? Yo diría que es un pez con alas o un pájaro con gafas... bueno, sea lo que sea, irá a parar al contenedor azul. La cierra. La tiene en las manos aún cuando la cabeza de Carolino aparece por encima del volante de su Honda. Los ojos le brillan con una luz preciosa mitad ilusión, mitad locura. Los cuatro pelos de su cabeza ondean rítmicamente, en armonía con su corazón.

Abre la puerta del coche, pisa de nuevo sus gafas, se tropieza con el cinturón de seguridad, da un traspié, tira el móvil, cae al suelo, se levanta deprisa y echa a correr hacia el chico. Cierra los brazos alrededor del muchacho, nada más alcanzarlo y comprobar que tiene en sus manos la maldita carpetilla verde.

Le planta un beso en la boca, el chaval suelta la carpetilla inmediatamente. El mp3 se para en ese preciso instante, y con él, el resto del mundo. Carolino espera que las cápsulas de ajo sin olor que toma con el desayuno sean, de verdad, sin olor. El móvil habla solo, abandonado en la acera, encima de un charco de pipí del perro de agua. Los dos gatos salen de los bajos del coche y se acercan a él, lo miran con curiosidad, parece emitir un sonido...

- ¡Carolino, Carolino!, ¿me oyes?, ¿qué demonios pasa?

1 comentario:

loquemeahorro dijo...

Me gustan las dos versiones, pero sobre todo el párrafo del atropello de la ancianita, que es realmente bueno!