jueves, 30 de abril de 2009

SUSPENSIÓN DE PAGOS DE AIZITEL

La promotora deja sin hacer más de 10.000 viviendas.

Ex empleados aseguran:

“Los filetes de pechuga de pollo del menú de los viernes, en el bar -cafetería de la esquina, saliendo de la oficina dirección a la catedral, también venían sin hacer, casi crudos, de la cocina, siempre había que pedir que los volvieran a pasar”.


El director gerente se defiende:

“Hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano y lo que pusieron en ella para sacar adelante la empresa, estafamos y engañamos a cada comprador, incumplimos todos nuestras obligaciones frente a Hacienda, ignoramos a nuestros acreedores, pringamos a todos los concejales y alcaldes que se dejaron y, a pesar de todos nuestros reiterados esfuerzos, no hemos conseguido el dinero suficiente para forrarnos y mantener a flote la promotora… jamás podrá decirse que no pusimos de nuestra parte –insiste-, lo hicimos, pusimos de nuestra parte y de la parte de los demás, de la nuestra la mano, de los demás, el dinero”.


Los bancos que financiaron durante años la promotora no dan crédito:

“No podemos darlo, no podemos dar más crédito, le dimos a AIZITEL todo el que teníamos, le dimos lo nuestro, lo de los demás, lo que no podíamos darle, lo que nos habían dado otros, lo que nos iban a dar y lo que cogimos porque nos dio la gana y ahora estamos muy alarmados porque no sabemos si lo que nos entregó AIZITEL como garantía valía tanto como lo que recibió de nosotros o quizá poco más que un pimiento y dos lechugas. Nuestro equipo jurídico lo está estudiando, seguiremos sus recomendaciones y tomaremos las acciones pertinentes, una vez nos acabemos el queso manchego y el jamón que nos regaló el Sr. Don Gerente y comprobemos si las motitas blancas de éste último son efectivamente bichitos”.

martes, 21 de abril de 2009

TRANSTORNOS TEMPORALES DE ATENCIÓN

¡Carlos, Carlos!, ¿me oyes?, ¿qué demonios pasa?
Joder, Antonio… ya te he dicho que estoy en mi coche… aún no he salido para allá.


Carlos está agazapado debajo del volante de su coche, un Honda 4x4. Habla a susurros, con un débil hilillo de voz, casi imperceptible.
Tiene los ojos hundidos, tristes apagados. Sus enormes ojeras los enmarcan. Prácticamente no ve. Tampoco piensa, no carbura, está bloqueado.


Vamos a ver, Carlos, ¿se puede saber qué carajo pasa?, ¿por qué no estás ya aquí? Llevamos una hora y media esperándote en la sala de juntas.
¡Sshhhh, cállate hombre, que te van a oír!


Dos gatos se meten debajo del coche. Uno es negro, el otro blanco y negro, como una vaquita.

¿Quién me va a oír?, ¿qué dices, estás loco?, ¿quieres decirme de una puñetera vez qué ha pasado con el dossier de las patatas?


Carlos no responde. Se mueve despacio, a pequeños impulsos, intenta meterse en el espacio que hay debajo del volante, encima del freno, el embrague y el acelerador. No lo consigue, sólo logra golpearse la cabeza con el volante.


¡Auich!...
¿Carlos, Carlos? ¿Qué haces?


Un señor paseando al perro se acerca al coche. Es un perro de agua marrón que trota levemente sobre sus almohadillas y dirige con discreción el hocico hacia los bajos del coche de Carlos, en busca de los gatos.
El dueño le tira bruscamente de la correa, cambian de sentido y se alejan del coche en dirección a un alcorque vacío.



¡Carlos, Carlos!, ¿quieres responderme de una puñetera vez?
Antonio, tranquilízate, no es para tanto.
Tiene gracia... ¡¿Que no es para tanto?!,¡¿que no es para tanto?!... ¡¡¡ ¿tú tienes idea de la pasta que podemos ingresar con el anuncio de las malditas patatas?, ¿es que no sabes que ese dossier es el único original que tenemos con la horrenda marca de esas asquerosas patatas?!!!
Sí, Antonio, sí... ya lo sé, mejor que tú.


Se aproxima al coche el barrendero de la zona, un chaval joven con los cascos del mp3puestos en la oreja. Ha posado los ojos en el parabrisas y ha descubierto a Carlos intentando infructuosamente plegarse entre los pedales y el asiento del piloto.
En un instante fugaz, sus miradas se encuentran. El barrendero tiene los ojos vivos, profundos y expresivos, pareciera que mirándolos durante unos segundos pudieras sumergirte en ellos.


Pues entonces, Carlos, por tu madre de tu alma, ¿me vas a decir dónde coño está el dossier? ¿Cómo es posible que no esté ya encima de la mesa de Alfredo?
Alfredo... Dios, Alfredo, lo había olvidado... me va a matar cuando se entere...
¡No creo, antes te mato yo! ... pero, ¿cuándo se entere?... ¡¿cuándo se entere de qué?!


El barrendero tararea una canción. Carlos le ha retirado la mirada, siente vergüenza de que pueda verle en semejante situación. El chico se hace el distraído y también aparta la suya del coche, no ha visto nada, ni estúpido ni inexplicable. Continúa su labor unos metros adelante.


Antonio... he cometido un error, un grave error y no sé dónde está el dossier.
Carlos, el corazón está a punto de salírseme por la boca… ¿cómo me dices eso?, ¿cómo me has hecho esto?, ¿y ahora qué vamos a hacer?, ¿qué vas a hacer?...
Lo siento, Antonio, de verdad que lo siento... no sé cómo sucedió, ni siquiera lo recuerdo...
No, Carlos... déjalo, no supliques, está todo dicho...



Estas nuevas escobas son una porquería como un piano, escasos metros allá. Más papel en la orgánica, esto es increíble, ¿tan difícil es poner cada basura en su contenedor?
Se agacha y coge una carpetilla de color verde, repleta de papeles que sobresalen por los tres costados abiertos.



Por favor, Antonio... entiéndeme, la perdí de vista un instante fugaz,... llegué a casa tan cansando anoche, trabajamos hasta tarde pero quería repasar unos datos... recuerdo que aparqué, bajé del coche...
Carlos, no sigas, por Dios. Pensemos algo, Alfredo sigue esperándome en la sala, debes venir tú a decírselo.
... aparqué, bajé del coche... sé que la llevaba en la mano... después me puse la chaqueta…


La abre. ¡Ostras, qué cosa más fea!, ¿qué será? Yo diría que es un pez con alas o un pájaro con gafas... bueno, sea lo que sea, irá a parar al contenedor azul.
La cierra. La tiene en las manos aún cuando la cabeza de Carlos aparece por encima del volante de su Honda. Los ojos le brillan con una luz preciosa mitad ilusión, mitad locura.



Abre la puerta del coche precipitadamente, se tropieza con el cinturón de seguridad, da un traspié, tira el móvil, cae al suelo, se levanta deprisa y echa a correr hacia el chico.
Cierra los brazos alrededor del muchacho, nada más alcanzarlo y comprobar que tiene en sus manos la maldita carpetilla verde.

Le planta un beso en la boca, el chaval suelta la carpetilla inmediatamente. El mp3 se para en ese preciso instante, y con él, el resto del mundo.

El móvil habla solo, abandonado en la acera, encima de un charco de pipí del perro de agua.
Los dos gatos salen de los bajos del coche y se acercan a él, lo miran con curiosidad, parece emitir un sonido...

¡Carlos, Carlos!, ¿me oyes?, ¿qué demonios pasa?

viernes, 17 de abril de 2009

EL NO ASESINATO DE LA NO ENFERMA

Miriam sufre la enfermedad invisible, ésta le obliga a soportar dolencias de todas clases: conjuntivitis, diarreas, insomnio, rechinar y desgaste de dientes, cansancio crónico, cefaleas… y veintisiete dolores más. Su sino y el mucho trabajo desde hace mucho tiempo, en aras del bien común y la cotización a la Inseguridad General, le han hecho la puñeta por completo. Su peregrinaje mensual comienza en el traumatólogo y el endocrino, continúa en el hematólogo y el digestivo y concluye en el psiquiatra.



Esta mañana ha tocado visita a la Sra. Hematóloga del Descontrol Autonómico de Calamidades. La Sra. Hematóloga del DAC es una de esas pseudoprofesionales que, una vez acabada la carrera, no ha abierto un solo libro de medicina que haya sido editado después (…ni antes).



“Dígame señorita, ¿qué le ocurre?”

“Pues verá, tengo la enfermedad invisible y mis análisis siempre reflejan, inexplicablemente, un número altísimo de leucocitos”.

“Bueno, que tiene la enfermedad invisible lo dice Vd., ¿no?... es una mera apreciación suya, quiero decir”.

“No, no lo es, es una realidad, lo dicen los exámenes, las pruebas, los diagnósticos y los dieciocho doctores que me han visto”.

“Ya, ya, pero ¿sabe Vd. que la existencia de la enfermedad invisible no es algo claro y pacífico en la doctrina médica actual?”.



(...)

La Sra. Hematóloga ha sufrido un grave percance esta tarde. Dicen que ha sido decapitada, le ha caído un hacha del techo mientras se encontraba sentada en el váter de su consulta. Es un hecho por todos conocido, claro y pacífico, que los chiquillos salen de la FP sin tener ni idea, igual te colocan un hacha en la caja de herramientas, que en la estantería de las películas de terror o en el techo del cuarto de baño. Una enfermera dice que vio entrar a nadie al baño, con una enorme mochila transparente al hombro, segundos después de que lo hiciera la Sra. Hematóloga.



La Sra. Jueza viene de camino, tiene que levantar el cadáver, el tronco por un lado y la cabeza por el otro. Han avisado al Sr. Forense, debe realizar la autopsia y determinar cuál fue la causa de la muerte. Quizá llegue a la conclusión de que la Sra. Hematóloga no está muerta, sólo malherida, quizá el hacha no exista y el metro y medio de distancia de separación entre su cuerpo y su cabeza no sea más que una impresión errónea de la doctora, una mera apreciación suya.



PISO CON HILO MUSICAL

A Laura le encanta ir al dentista. Su dentista es un señor amable y delicado, simpático y eficaz. También le gusta la sala de espera de la consulta, las cuatro paredes están trufadas de diplomas y títulos, de cursos, jornadas, seminarios y premios. Además, tiene un estupendo hilo musical del que siempre recuerda la versión instrumental de Moliendo Café. Según parece, disfrutar de este servicio vale una pasta.



El piso de Laura también disfruta de hilo musical, aunque no tan exquisito. De día y de noche, sean las ocho de la mañana o las doce de la noche, se oye nítidamente el armonioso sonido de las obras del metro. Pensando en el bien común y en la madre, el padre y la familia completa de los obreros que doblan el espinazo en el tajo, Laura reprime sus enormes deseos de abrir la ventana del salón, la más cercana a la orquesta, y mentarles a los operarios la mala fama de sus progenitores.



La otra madrugada, extrañamente, no sonaba hilo musical metral. Sonaba hilo musical vecinal. Laura tiene un vecino que cada dos o tres semanas celebra algo. Se trata de una persona especial, muy sensible a los logros, victorias y buenas suertes de sus amigos y allegados, por eso cualquier excusa es perfecta para tomar unas cervecitas y escuchar música, esto es, reventarse los tímpanos y molestar a los durmientes o potenciales.



Ni corta ni perezosa, antes de cantar ópera –inútilmente- por la ventana-, llamó a la policía local:

“Sí, dígame” –atiende una voz presta.

“Hola, buenas noches”.

“Sí, ¿en qué puedo ayudarle?” – más presta.

“Pues verá, llamo porque, siendo la hora que es, hay un vecino de mi calle, frente por frente, que está celebrando una fiesta y tiene la música a tope” – más claro, agua.

“Bien, entiendo. Por favor, ¿podría decirme su nombre y el de la calle donde vive Vd.?” – muy presta.

“Sí, mi nombre es Laura y vivo en la calle Italia, en la zona del mercado central” –responde Laura rápidamente.

“Muy bien de acuerdo, ¿qué número y qué piso?” – prestisísima.

“¿Perdón?” -¿cómo, erh, qué?.

“Necesito número y piso de su vivienda” – más claro, más agua.

“Pero, ¿es necesario que le de esos datos?” – ¿de verdad lo dice en serio?

“Sí, por supuesto, así el agente podrá localizarla y mantener con Vd. una entrevista para que pueda trasmitirle el problema y señalarle dónde está el ruido” – dice.

“¿Quiere Vd. decir que debo esperar al agente para indicarle de dónde viene la música?” –casi hablando sola- “Le aseguro que mi calle es muy pequeña y el origen de la música es fácil de encontrar” – es como buscar el elefante de la cacharrería.



“Sí, ya, la comprendo, pero el agente debe hablar con Vd. y concretar el problema” – repite.

“Pero entonces… tampoco dormiré mientras espero…” - será peor el remedio que la enfermedad…

“Vd. verá, señorita” – vamos, aclárese.

“No veré nada, mujer, déjelo, déjelo…

… si hasta me está empezando a gustar la música flamencoide y choni de mi feliz vecino, ¡toda para mí y gratis!”

¿DÓNDE HE PUESTO MI CABEZA?

No la encuentro. Y la echo mucho en falta, es complicado ver C.S.I. o entrar en Internet sin ella sobre los hombros.



Es cierto que a veces la dejo en la peluquería, enganchada a la última foto de El Duque o a los ojos gatunos de La Pataky. También suele quedarse allí clavada en el precio de las mechas y la permanente, o en las nuevas tetas de la mujer de aquel Notario que ya se las pagó el año pasado a su querida.



Una vez se me quedó en el súper y me dí cuenta del olvido al entrar en el ascensor y no verla en el espejo. Menos mal que la cajera que me había cobrado la tenía allí apartada, al lado de una lata de aceitunas que alguien despreció en el último momento.



Todas las noches se queda irremediablemente pegada a la almohada, contabilizando facturas, repasando albaranes y ordenando pedidos del día pasado y del siguiente. Tengo un sensor eficacísimo instalado en la puerta de mi dormitorio, todas las mañanas se activa, con luces rojas parpadeantes y sonidos estruendosos intermitentes, todas las mañanas intento traspasar la puerta de mi cuarto sin la cabeza puesta.

Pero esta vez es distinto. Me temo que se me ha caído en alguna parte y no me he dado cuenta, o quizá la he dejado en algún sitio y no lo recuerdo. He intentado hacer memoria y juraría que fue hace varias semanas, pongamos seis, la apoyé en un café sin beber, y me quemé, en un rosario de desdichas sin replicar, y las recé, en una síntesis magistral de ideas, y me resumieron.



La buscaré, la encontraré y la recuperaré. La necesito imperiosamente para ponerme el gorrito azul celeste que le he robado a mi vecina.

EL GORRITO AZUL CELESTE DE MI VECINA DEL QUINTO

Mi vecina del quinto tiene un precioso gorrito de lana. Se lo compró hace dos años, lo colocó en el perchero de la entrada y nunca se lo pone. Miento, una vez se lo puso pero se lo quitó en seguida porque le daba calor.



Suelo verlo a menudo, siempre que su peludo y gigantesco bobtail se caga delante de mi puerta, yo le toco el timbre una y otra vez insistentemente para que abra y pueda escuchar mejor cómo la llamo puerca maleducada.



A veces le sueño. Me imagino que camino por una playa paradisiaca con él bien encajado en mi cabeza y con una linda bufanda a juego rodeándome el cuello. Los cocos repican en las palmeras y las hamacas tocan el violín. Así son los sueños, fantásticos.



Tengo un plan. Voy a robarle el gorrito a mi vecina. Le regalaré un presente, una tarta de manzana de la paz. Pero antes bajaré a pedirle un poquito de azúcar y cuando se marche a la cocina con mi taza de Winnie Pooh en la mano, me haré con el gorrito y lo guardaré en el bolsillo de atrás de mi Levis. Sonreiré cuando me devuelva la taza por la mitad de azúcar y le rozaré la mano, para que sienta que estoy próxima y soy sincera.



Y luego volveré a mi casa, cerraré la puerta y me miraré en el espejo de mi cuarto para poder colocármelo perfectamente en la cabeza, ¡en cuanto la encuentre!.