miércoles, 29 de julio de 2009

EL BLANCO Y EL ROJO (3ª PARTE).

Restituto no piensa, ni reacciona, pero cree que el asunto se le está yendo de las manos, la conversación entre El Blanco y El Rojo ha llegado a cotas de surrealismo superiores al mismo hecho de que estén allí, colgado de la cortina de tita Julia uno y sentado en el zapatero de tito Antonio otro. Su salud mental le aconseja poner fin a la escena.

- Yo lo haría pero no quiero que me vean los vecinos. Luego en las reuniones me nombran presidente para vengarse y no pagan las cuotas, me roban el correo, no me aguantan la puerta cuando llego y no me esperan con el ascensor si ven que entro al portal. Es un suplicio.

- Bueno, Restituto, eso se arregla. Mira, ponte el peluquín que tienes detrás del mueble del salón, el que se le cayó al tito Paco cuando vino a visitarte tres semanas hace unos años y se quedó siete meses. Las gafas de sol que perdió aquí tu tita Loli, la de Teruel, tipo mosca de la tele, las tienes en el cajón de abajo del mueblecito del pasillo, póntelas también.



- Restituto, ¿te das cuenta de que te avergüenzas de lo que haces? Te disfrazas para hacer algo malo, ése no es el camino y lo sabes. Además, el peluquín debe tener sapos, culebras y gremlins, ¡pones en riesgo tu salud física y mental por cuatro sardinas de nada!.

- Hombre, cuatro sardinas de nada no eran, que a mis amigos les gustan mucho y no nos cansamos de hacer y hacer y hacer… con unas patatitas fritas y unas cervecitas frías… ¡uf, qué gusto!. Espera, Rojo, que me levanto.

- ¡Noooo, no te levantes!- El Blanco, en un alarido, no puede impedir que Restituto se incorpore, se ponga sus zapatillas de invierno (en verano, calorcito bueno) y se dirija al salón.

- Venga, que ya estamos. Retira el mueble y coge el peluquín, te viene perfecto. Sanéalo un poquito, quítale el polvo y esa pelusa que tiene. No, ése es el peluquín, lo otro es la pelusa. Eso. Sí, vale, bien. Ahora busca las gafas. Están sucias. Límpialas, anda. Listo.

Restituto se dirige a la puerta, dispuesto a salir. Lleva la bolsa de basura en la mano, la aleja un poco del cuerpo.

- ¡Restituto por Dios, Restituto que te pierdes! ¿Ni un pantaloncillo te vas a poner para salir a la calle? ¿vas a hacerlo en paños menores?, ¡con lo ajustados que te quedan! ¡y sales sin haber ido al baño! Qué escándalo…

Hace rato que Restituto no ve ni oye al Rojo y al Blanco. Ya ha salido por la puerta. Entra en el ascensor. Pulsa el botón B. El ascensor se para en la segunda planta. Se sube su simpática vecina rubia. Sólo es capaz de decirle buenos días. Ella lo mira, de arriba abajo, con parada discreta y breve en los calzoncillos de mercadillo.



- Muy buenos días, sí señor. ¿Qué tal la fiesta de disfraces?
- Bien, muy bien… estupenda, cenita divertida con amigos.
- Hombre, vecino, pues para la próxima, me invita.

Podría decirse que Restituto levita desde el portal hasta el contenedor. En él, un enorme cartel plateado le recuerda que está incumpliendo la Ley, una orden municipal, para ser exactos. Ahora mismo, eso le importa poco más que un carajo y bastante menos que un pimiento. Deposita la bolsa dentro, se da la vuelta y se topa con un pequeño gatito con el lomo negro rojizo y el pechito blanco, blanco roto.

Restituto se agacha, lo toma en brazos y lo sube a casa. Nunca más tendrá que preocuparse de los restos de las sardinas. Las cortinas de tita Julia parecen balancearse ligeramente. La vecina de arriba sigue limpiando y sus tacones continúan sonando sobre la cabeza loca de Restituto.

lunes, 27 de julio de 2009

EL BLANCO Y EL ROJO (2º PARTE).

- Joer, colega ¿todavía no le has dicho nada? Llegas antes que yo y no aprovechas. Tú ves como eres tonto. El personajillo en tanga grita dirigiéndose a las cortinas de tita Julia. Restituto se restriega los ojos y los abre como platos.

- ¿Dónde te has dejado el respeto, bichillo enfermo? ¿Así me hablas? Qué poquita vergüenza te tocó en el reparto, criatura. Yo no tomo provecho de las circunstancias, yo soy bueno, los buenos no necesitamos jugar sucio. El ser de la túnica blanca responde presto.

- Yo soy bueno, los buenos no necesitamos jugar sucio –dice el tanguita rojo en tono burlón-, ¡ay, pero qué penita me das!, ¡ni tú te crees lo que dices! Voy a ir para allá y te voy a colgar de la barra de esa cortina, con la túnica blanca esa que llevas, uhm, no veo bien... ¿esa cuál es, la blanco roto o la champagne?

- Claro, tú como siempre te pones el mismo tanga… déjame decirte que, después de treinta y cuatro años con ellos puestos, ya es horita de que los laves… no te molestes, pero hasta aquí llega el tufillo…

- ¿Pero qué dices, volao? Que yo tengo el armario lleno de tangas como éste, como Fidel de trajes caqui y Chávez de camisas rojas, que no te enteras, pero mira que eres cortito… así te va como te va…

-¡Eh, eh, eh! ¿Pero esto qué es? ¿quiénes sois? ¿qué hacéis aquí? ¿qué queréis? ¿es la túnica blanco roto o champagne? ¿siempre llevas el mismo tanga?.
Restituto tiene los ojos rojos de tanto restregarse y el cerebro seco de exprimirlo para explicar lo que pasa. Desvaría.

- Madre mía, estoy idiota. El conflicto que se presenta ante mí me ha vuelto imbécil, pero qué cierto es que el hombre es un cristal y la mente lo puede todo... se dice a sí mismo en voz baja.

- Oye, tú, ricura, no te pongas profundo. Soy Restituto El Rojo, el fantoche de la cortina es Restituto El Blanco. Nacimos el mismo día que tú. Bueno yo salí el último, soy el mayor, que conste.



- Vuelta otra vez con la burra al trigo... Te he dicho millones de veces que llegamos a este mundo a la vez –dice El Blanco con resignación- Amigo, estamos aquí para aconsejarte en esta compleja situación que tienes ante ti. Por supuesto, mi recomendación es que soportes estoicamente el olor a sardina y tires la basura esta noche.

- ¿Pero tú estás tonto? ¿no has visto la cara de mareo que tiene? Este no aguanta todo el día con el perfume. Restituto, guapo, hazme caso, baja la basura ahora y listo. Si nadie se va a enterar, hombre.

- Lo mareas tú, no las sardinas. La norma es la norma, Restituto, lo sabes. No debes incumplirla, debes seguir siendo el chico honrado y honesto que tus padres se esmeraron tanto en educar.

- Sí, sí, honrado y honesto… por eso salió de aquel chino con dos marcos de fotos, sin pagar uno porque la chinita de turno se había equivocado al darle la vuelta… ¡y el no dijo ni mu!


- Bueno, bueno, eso fue un error simplemente. No fue deliberado, cualquiera puede confundirse. Restituto es un chico que siempre hace lo correcto, ¿verdad Restituto?

Restituto está callado, como en misa, cuando la gente está callada en misa, claro, no cuando el niño corretea, la niña se ríe, los amigotes charlan y el bebé berrea. Mira las cortinas, mira el zapatero, como en un partido de tenis, y le embarga la sensación de haberse comido precisamente una pelota de tenis que le está aplastando el conocimiento, por eso la cortina dorada es un tío con túnica blanco roto o champagne y el zapatero no es marrón, sino rojo tanga en serie.

- Yo… yo… yo no sé qué decir… -alcanza a responder – yo no quiero infringir las normas, pero no soporto este olor, la casa apesta, no puedo respirar, comimos mucho… estoy agobiado.



- Pues claro, hombre, por eso tienes que tirar la basura ya y dejarte de chorradas. Venga, vamos, te ayudo a cerrarla… o mejor no, no la cierres, que se esparza y se caiga cuando el camión la recoja… ¡qué chulo!

- Restituto, no hagas caso, no puedes hacer eso. Si lo haces, acabarás defraudando a Hacienda y marchándote de las gasolineras sin pagar.

- Es… es… esto, perdón, quería decir solamente que no tengo coche…-
interviene Restituto.

- Por eso, Restituto, por eso, caerás en una espiral de desenfreno, maldad y descontrol y la gasolina que robes no te servirá para nada.

- Idiota, ¿qué dices? ¿no has oído que no tiene coche? Este tío es imbécil. Mira, Restituto, no le des más vueltas. Vamos, bájala ya, que me quiero ir a duchar y cambiarme de tanga.


viernes, 24 de julio de 2009

EL BLANCO Y EL ROJO (1ª PARTE).

Restituto acaba de despertarse. Le duele la cabeza. Su dormitorio huele que apesta. Son las nueve de la mañana, lo sabe porque la hortera de su vecina de arriba ya está taconeando, es la hora del baile de la limpieza. Los tacones son el accesorio básico de cualquier amo o ama de casa que se precie.

Restituto todavía no ha abierto los ojos. En lo más profundo de su corazón guarda la vana esperanza de que, si no los abre, no comenzará el día y no se verá obligado a enfrentarse a la encrucijada con la que se había ido a dormir la noche anterior.

Restituto está de vacaciones y anoche invitó a unos amigos a cenar. Muchas sardinas, sardinitas ricas. Los restos de las sardinas huelen mal, muy mal, espantosamente mal. La cocina es zona de guerra y el resto de la casa, incluido él mismo, todo su cuerpo, desde la punta de su pelo al uno, hasta sus deditos meñiques de ambos pies, todo, todo, todo, huele a las sardinas de ayer.



Restituto tiene ganas de mear, también tiene ganas de que la vecina del segundo, la rubita simpática, le diga algo más que buenos días en el ascensor, pero se aguanta las dos cosas. Volvamos a lo nuestro, decía que tiene ganas de mear. No controla ya, ni la vejiga, ni los ojos, no puede evitar abrirlos, la tragedia se cierne sobre su (inútil) cama de matrimonio y su ajustado calzoncillo de mercadillo… Restituto, es mucho Restituto, él y todo él.

Restituto mira al techo. ¡Qué bonita la lámpara estilo oriental que le regaló tito Luís!. Ahora echa los ojos a la derecha. ¡Qué lindas quedaron las cortinas que le cosió tita Julia!. Luego a la izquierda. ¡Qué horroroso el zapatero gigante que le trajo tito Antonio!. Qué generosos y cariñosos los titos. Qué feliz y afortunado se sintió por haber compuesto su hogar como si fuera un collage de estilos y gustos diversos, gracias a sus amantísimos titos.



Restituto recordó que fue el tito Pepe quién le regaló el cubo, rosa fosforito,para restos orgánicos, que ahora estaba en la cocina convertido en una bomba a punto de estallar. Restituto no había bajado la basura la noche anterior y no podría hacerlo ya, al menos, hasta las ocho.

Las normas son claras en verano: nada de depositar basuras entre las ocho de la mañana y las ocho de la tarde. Son las nueve. Restituto nunca incumple las leyes, los reglamentos, las normas de su comunidad o las condiciones generales de la entrada del cine. Eso es así.

El taconeo de la vecina limpiadora se hace más intenso, la cabeza le va a explotar. No sabe si es el estallido o las diez cervezas que se tomó anoche, u otra razón más extraña y menos racional, pero le ha parecido ver algo colgando de las cortinas de tita Julia. Una pequeña figura humana, semejante a la suya propia, vestida con una túnica blanca le saluda con la mano. Aparta la mirada, asustado de lo que sus ojos le enseñan.

Los pelos, cada pelito del cuerpo, se le eriza cuando se da cuenta de que encima del horrendo zapatero de tito Antonio, hay otro ser, clavadito a él, vestido con lo que, a todas luces, parece un tanga rojo. Éste también hace gestos, pero no es exactamente un saludo, es más bien un corte de mangas.

jueves, 16 de julio de 2009

EL HECHIZO DEL BAÑO DE SEÑORAS

Todos los baños de señoras del planeta se encuentran en complejas y peculiares coordenadas espacio-temporales, que los convierten en una subcategoría de los agujeros negros, tal como ocurre con los desayunos y vacaciones de algunas personas.

La primera manifestación del fenómeno es la fuerza invencible que empuja a todas las mujeres a ir hacia ellos ante la sola invitación realizada por otra mujer. La afirmación es obligada y automática: “Voy al baño, ¿vienes?”, “Sí”. Ya van dos, a menudo tres o cuatro.

Mágica e inexplicablemente, el tiempo se detiene: “¿Tienes papel en el tuyo?”, “No, pero tengo kleenex”, “Dame uno”, “Mi puerta no cierra bien”, “Espera que te la aguanto”, “Yo aquí no me siento, está todo mojado, ¡qué asco!”, “La cisterna no funciona”, “¡Madre mía, y el suelo encharcado!”, “Niña, aguanta medio agachada”, “¡Qué suplicio!”.

Las demás mujeres necesitadas de descarga se amontonan en la puerta. Y crece la cola. Se amontonan en la puerta del baño del bar, del baño del restaurante, del baño de la feria, del baño de la estación de autobuses. En el baño del restaurante la mamá entra con el nene. El nene ameniza el ratito dando por saco, abriendo los grifos y tirando del rollo de papel higiénico.

En la puerta del baño del bar, las aspirantes se miran con disimulo, examinando concienzudamente el material con el que fue construido. Aquélla ha salido y no se ha lavado las manos, qué puerca. El techo se agota, no da para más, ahora tocan las paredes y las puertas, a ésta no le vendría mal una manita de barniz.

Una vez hice pis en Harrods, en el baño de Harrods, se entiende. Lo recuerdo con cariño y nostalgia. Allí no había cola sino una señora uniformada que movía las manos a modo de policía de tráfico o señalero de aeropuerto. Regulaba el tránsito (…), todos los recursos disponibles y prohibía el paso a carritos de la compra y de bebé. No permitía el acceso a la pista de despegue hasta que los aposentos individuales se habían liberado y se encontraban listos para su uso.

En la puerta del baño de la oficina tampoco tienen cola pero sí barullo. Hay un enfermero atendiendo a una pobre lesionada. Maricarmen, hoy está de Santo y le ha tocado el premio gordo.

- ¿Qué le ha pasado a Maricarmen?

- Se ha roto el tobillo, un dedo y dos dientes.

- ¿¡Pero qué me dices!? Si la acabo de ver yendo al baño.

- Pues allí ha sido.

- ¿Qué hacía?, ¿escalada?.

- Parece que no tenía a mano papel higiénico y se puso de pie encima del váter. Se resbaló, metió un pie en la taza y otro se le encajó entre la pared y el váter, con tan mala suerte que, cuando se agarró al marco de la ventana para evitar la caída, ésta se cerró por un golpe de aire, atrapándole la mano, el cuerpo se le fue para adelante y se dio en la cara con el lavabo.


Maricarmen conservaría intactos su tobillo, su dentadura y su mano si en lugar de tener una bruja cotilla en recepción, contáramos con una maga señalera blanca o gris que anulara con sus artes el hechizo que pesa sobre el baño de señoras.

martes, 14 de julio de 2009

TATUAJE CON ALQUITRÁN

Como yo todo lo que hago, lo hago a lo grande, nunca me he tatuado. Digo que nunca me he tatuado con ninguno de los métodos tradicionales. Yo me tatué hace muchos, muchos años de la forma más singular posible: con alquitrán.

En aquel tiempo hablaba sin parar pero nadie me escuchaba. No sé si me interesé por el tema y no obtuve respuesta o se me olvidó preguntar si aquella cosa negra, pegajosa y ardiente era peligrosa y, con las prisas y tal, me salpicó el asunto. Y ya no hizo falta preguntar más nada.

Como chiquilla coqueta y pizpireta que era, estampados cara, brazos y piernas de negras manchas achicharrantes, zumbando para el hospital, mi primer pensamiento fue una duda, muy atinada para el momento: “¿me querrá así Rafalito?”.

Téngase presente que “Rafalito” era un amigo de mi hermano mayor del que estaba locamente y ciegamente (muy ciegamente) enamorada. Yo tenía cuatro años y él diez, nuestro amor era imposible entonces.

Una vez en el hospital, me sentaron en una silla de ruedas forrada de sábanas blancas, me subieron en el ascensor y me pasearon por todas las plantas del hospital. Pero no me podían atender y curar, porque era muy pequeña aún, así que el paseo no sirvió para nada, únicamente para que el atajo de inútiles que me asistió se diera cuenta de que debían trasladarme al hospital materno infantil.

Y allí me bañaron de aceite y me liaron en vendas, como a las momias. Un mesecito de reposo, zampando queso, croquetas y macarrones. El médico nos dijo: “las quemaduras crecerán con ella, se estirarán con su piel… cuando sea adulta –y pueda ir a que la mareen al hospital del atajo antes mencionado- podrá operarse con cirugía estética y quitárselas”.

Pasa que claro, como llevo esta última media vida tan liada, y el resto que me queda, más liada todavía, no soy capaz de encontrar un día que me venga bien para que me duerman entera y me quiten el mapa del mundo que llevo encima.

Y luego está la gente. Tan linda siempre. Sobre todo cuando eres niño. Los niños, qué monos...

- ¿Eso qué es? ¡Qué feo!.
- Nada.
- Pareces Frankenstein.
- Y tú Drácula.
- ¿Lo dices por lo blanquita que tengo la cara?.
- No, lo digo por la sangre que te chorrea por la boca.
- ¿Quéfff?. ¡Ayfff, feñorita, me ha fegado, Fanfenstein me ha fegado!.


Los niños crecen, se vuelven chavales, jóvenes.

- ¿Eso qué es?
- Nada.
- Parecen hongos.
- Y tú un cardo borriquero.
- ¿Pero son hongos o no?
- Sí, son hongos de primer y segundo grado, justo el curso en el que tú dejaste de estudiar.


Los jóvenes se hacen adultos. Y ya no preguntan. No tienes que llevar en el bolso la grabadora con la historia titulada “Es que me quemé con alquitrán”. Sin embargo, en lugar de preguntar, mienten (esto lo hace mucha gente en otras circunstancias, es muy socorrido).

- Hola. Quería un gel para intentar peinar la ceja, la tengo muy rebelde, como la quemadura está justo encima, los pelos crecen a su aire…
- Sí, éste es muy bueno, lléveselo. Le durará perfecta todo el día… pero por la quemadura no se preocupe, no se nota nada.
- Mujer, no diga eso, ¿sabe con quién se casó el año pasado Rafalito? ¡No fue conmigo!

viernes, 10 de julio de 2009

CARA Y CRUZ

CARA O DON AMOR

Don Amor es una arquitectura humana de ojos preciosos y brazos sólidos. Don Amor es una boca jugosa custodiando la retaguardia perfecta. Don Amor es una sonrisa completa sobre un torso de mármol. Don Amor es una tentación inmensa, una inspiración interminable, una fábrica de musas que canturrean a mi alrededor continuamente y acaban dándome dolor de cabeza.

La aspirina no borrará la luz de tu mirada ni apagará el canto de las musas.

CRUZ O TIRAR LA ROPA POR LA VENTANA

Llueve todos los días en mi cabeza, pero nunca en mi rostro. La tristeza ocupa todo mi cuerpo, menos mis ojos. Traes un vaso diminuto para vaciar de agua mi cerebro inundado. En cualquier caso, ya es tarde. Hace tiempo que me ahogué y se mojó la colada. No, no te molestes, puedo sola con mi alma, es lo único que tengo ahora. La arrastraré con la poquita dignidad que me queda y la dejaré en algún rincón, donde no estorbe y podamos descansar las dos.

Ya sabes, la ropa mojada pesa mucho más, sobre todo cuando la llevas tú sola.

miércoles, 8 de julio de 2009

EL ALBORNOZ Y EL PRECIPICIO

O el cuervo y la zorra. O el blanco y el negro. O el gato y el ratón. O cómo sería mi vida, si no fuera mía.

Si mi vida no fuera mía, madrugaría todos los días, salvo los domingos. Bebería alcohol y me haría un tatuaje donde la espalda pierde su nombre y el escote gana el suyo. Viviría un par de añitos en Manchester, Londres o Edimburgo. Volvería, o eso creo.

Buscaría un trabajo de media jornada y estudiaría oposiciones. Me fumaría un porro alguna vez y me cogería una buena borrachera por mi cumpleaños o el tuyo.

Todos los meses me iría de compras y gastaría una pasta en ropa. Me pondría mechas rubias, me teñiría las pestañas y me depilaría el cuerpo entero con láser.

Dormiría como un angelito, como una marmota, como un leño. La vida sería maravillosa, divertida, ligera como una pluma. Mi ironía, siempre incapaz de llorar, no necesitaría sonreír.

Si mi vida no fuera mía, saltaría el precipicio y te quitaría el albornoz después de atracar la tienda. Mejor cinco horas que cinco minutos.

Si mi vida fuera así, entonces no sería mi vida o no sería yo, ¿o sí?.

domingo, 5 de julio de 2009

QUE TENGA UN BUEN DÍA

La “TMT NL” es la TooManyTaxesNoLight Company, una empresa privada que tiene dos oficinas en la ciudad, la primera dos calles más arriba que la otra. La primera más vieja que la otra, las dos igual de ineficaces y inútiles.

-Hola buenos días, quisiera hacer una consulta.

-Tiene que ponerse a la cola para que le den un número y le asignen una mesa.

Ponerme a la cola y que me den un número conlleva unos veinte minutos de espera. Tiempo suficiente para escuchar al resto de sufridores acordarse de la madre promiscua y el padre desconocido de la chica que atiende en el mostrador titulado sin ninguna clase de fundamento “Información”.

-Hace dos meses solicitamos un certificado sobre esta referencia y no lo hemos recibido. Aquí tiene una copia de la solicitud. Quería un número para las mesas y consultar qué ha pasado con nuestro escrito.

- A ver, déjeme la copia que trae.

Se la entrego con cierto recelo, ese tinte de pelo me hace desconfiar, una persona de bien no puede levantarse por las mañanas, verse en el espejo, reflejar semejante colección de tonalidades en la cabeza y salir a la calle… debería ser un delito. Creo que me pican los ojos, aparto la mirada. Toma el papel en las manos, parece leer dos líneas, se levanta y se pone a buscar en una bandeja. Pasan unos minutitos más.

-Uy, pues no sé dónde está la solicitud. No la encuentro. No sé dónde la ha puesto mi compañera… y está de vacaciones…

Las vacaciones y los desayunos son un fenómeno curioso, digno de estudio. Creo que son una subcategoría dentro de los agujeros negros, una especie de triángulo de las Bermudas donde la gente desaparece. Vacaciones interminables e intermitentes y desayunos-almuerzos donde te ponen una bolsa de Tipany´s con el café, por eso vuelven a su puesto de trabajo con una colgando del brazo.

-Bueno, mira, yo te doy un número y tú preguntas al de la mesa.

Está claro que lo del tinte era una señal. Tengo el número 12. Bonito número. En contra de todo pronóstico, no pasan cinco minutos, y el panel de turnos me dice que es el mío, en la mesa 10. Sólo hay cinco mesas. Ya decía yo que iba muy bien la cosa.

-Oiga, perdón, ¿la mesa 10 dónde está? –pregunto al tipo que atiende en la mesa 2.

-Ni idea, cuando la encuentre me lo dice –con un tonillo chulesco-cómico de lo más poco simpático.

-¿Perdón? Lo pregunto porque es mi turno y el panel me indica que la mesa es la 10.

-Pues no sé, vaya arriba, que hay más mesas.

Yo creo que este señor, que trabaja aquí todos los días, conoce tan bien este lugar como yo conozco Wagram. Subo las escaleras aparecen en el horizonte tres mesas, sin numeración que las identifique. Rastreo, pregunto y encuentro la mesa 10, como podría ser la mesa 1977.

-Buenos días. Quisiera preguntar por esta solicitud que hicimos hace dos meses, a las que aún no nos han respondido.

El tipo me mira con cara de póker. Me pega un post-it en mi copia del documento, ha escrito un nombre en él.

-Vaya a las otras oficinas, planta primera y pregunte por este hombre, él le informará.

Gracias. Salgo del edificio y camino hasta la otra oficina. Encuentro algo parecido a un vestíbulo, con un señor de mediana edad sentado a modo de conserje. Le enseño el post-it y le pido ver a la persona en él escrita. No puedo. Dice que allí no se recibe a la gente. Dice que le importa un rábano lo que ha dicho el señor de la mesa 10. Dice que no. Dice que no. No es no. Vuelvo al otro edificio, vuelvo a subir las escaleras, salto sobre la mesa 10.

-Oiga, el conserje del otro edificio no me deja pasar para hablar con la persona que Vd. me ha indicado.

-Eso es imposible, Vd. vaya y hable con quién le he dicho.

Pasa un ángel, dos, media docena. Creo que hablo sin mover los labios. Me parece que un espíritu burlón me ha poseído y estoy expresándome en arameo aunque yo no tengo consciencia de ello. Me miro las manos, los brazos, el traje de verano, comprado en las rebajas. Compruebo que sigo ocupando espacio en la realidad, soy una persona. Vamos, que se están riendo de mí conmigo delante.

-Acabo de decirle que el conserje no me deja pasar. ¿Qué hago? ¿Paso aunque no me lo permita?

-No, espere, espere un momento.

He perdido la cuenta de los momentos. Este es largo. Hace tres llamadas, se levanta, entra en un despacho, luego en otro. Sale. Coge el post-it que escribió antes, lo rompe, toma otro, anota un nombre distinto y un teléfono y me dice que vuelva a la otra oficina y le comente el tema a la persona que me señala. Gracias.

Salgo del edificio y camino hasta la otra oficina. Encuentro un vestíbulo y alguien parecido a un conserje me mira con asco y aburrimiento, sentado a modo de persona. Le enseño el post-it y le pido ver a la persona en él escrita. No puedo. Dice que allí no se recibe a la gente. Dice que le importa un rábano lo que ha dicho el señor de la mesa 10. Dice que no. No es no. Dice que llame al teléfono que me han facilitado, que es el de esa oficina, y pida una cita.

-¿Me está diciendo que vuelva a mi despacho para llamar aquí? ¿No puedo pedir la cita estando aquí ya? ¿Tengo que irme para hacerlo?

-Sí, aquí no le va a atender nadie.

-¿A Vd. le parece normal lo que me está diciendo?

-Bueno… no sé, avisaré a la secretaria del Sr. Task, por si le puede dar la cita ahora.

La secretaria del Sr. Task, el apuntado en la nota, se me acerca y habla mi idioma, ¡qué suerte!. Me da cita. Mientras, el conserje o lo que sea murmura para sí, se lamenta, porque cree que debería ser de los SWAT, el pobrecito dedica su vida a apagar fuegos, deshacer entuertos y solucionar crisis humanitarias mundiales. Tiene el estrés metido en el cuerpo, las responsabilidades le abruman, la preocupación le embarga, no duerme por las noches, las contracturas le impiden descansar y alimentarse… por eso las dos neuronas vivas que tiene rebotando en las paredes de su pequeña cabecita nunca llegan a conectar y dice sandeces una y otra vez.

-Adiós, que tenga un buen día –le digo. Un día tan bueno como el que Vd. con su amabilidad, profesionalidad y humanidad me ha dado a mí, pienso…

-Lo mismo le digo –responde.

Sí, lo mismo, campeón, lo mismo.