- Yo lo haría pero no quiero que me vean los vecinos. Luego en las reuniones me nombran presidente para vengarse y no pagan las cuotas, me roban el correo, no me aguantan la puerta cuando llego y no me esperan con el ascensor si ven que entro al portal. Es un suplicio.
- Bueno, Restituto, eso se arregla. Mira, ponte el peluquín que tienes detrás del mueble del salón, el que se le cayó al tito Paco cuando vino a visitarte tres semanas hace unos años y se quedó siete meses. Las gafas de sol que perdió aquí tu tita Loli, la de Teruel, tipo mosca de la tele, las tienes en el cajón de abajo del mueblecito del pasillo, póntelas también.
- Restituto, ¿te das cuenta de que te avergüenzas de lo que haces? Te disfrazas para hacer algo malo, ése no es el camino y lo sabes. Además, el peluquín debe tener sapos, culebras y gremlins, ¡pones en riesgo tu salud física y mental por cuatro sardinas de nada!.
- Hombre, cuatro sardinas de nada no eran, que a mis amigos les gustan mucho y no nos cansamos de hacer y hacer y hacer… con unas patatitas fritas y unas cervecitas frías… ¡uf, qué gusto!. Espera, Rojo, que me levanto.
- ¡Noooo, no te levantes!- El Blanco, en un alarido, no puede impedir que Restituto se incorpore, se ponga sus zapatillas de invierno (en verano, calorcito bueno) y se dirija al salón.
- Venga, que ya estamos. Retira el mueble y coge el peluquín, te viene perfecto. Sanéalo un poquito, quítale el polvo y esa pelusa que tiene. No, ése es el peluquín, lo otro es la pelusa. Eso. Sí, vale, bien. Ahora busca las gafas. Están sucias. Límpialas, anda. Listo.
Restituto se dirige a la puerta, dispuesto a salir. Lleva la bolsa de basura en la mano, la aleja un poco del cuerpo.
- ¡Restituto por Dios, Restituto que te pierdes! ¿Ni un pantaloncillo te vas a poner para salir a la calle? ¿vas a hacerlo en paños menores?, ¡con lo ajustados que te quedan! ¡y sales sin haber ido al baño! Qué escándalo…
Hace rato que Restituto no ve ni oye al Rojo y al Blanco. Ya ha salido por la puerta. Entra en el ascensor. Pulsa el botón B. El ascensor se para en la segunda planta. Se sube su simpática vecina rubia. Sólo es capaz de decirle buenos días. Ella lo mira, de arriba abajo, con parada discreta y breve en los calzoncillos de mercadillo.
- Muy buenos días, sí señor. ¿Qué tal la fiesta de disfraces?
- Bien, muy bien… estupenda, cenita divertida con amigos.
- Hombre, vecino, pues para la próxima, me invita.
Podría decirse que Restituto levita desde el portal hasta el contenedor. En él, un enorme cartel plateado le recuerda que está incumpliendo la Ley, una orden municipal, para ser exactos. Ahora mismo, eso le importa poco más que un carajo y bastante menos que un pimiento. Deposita la bolsa dentro, se da la vuelta y se topa con un pequeño gatito con el lomo negro rojizo y el pechito blanco, blanco roto.
Restituto se agacha, lo toma en brazos y lo sube a casa. Nunca más tendrá que preocuparse de los restos de las sardinas. Las cortinas de tita Julia parecen balancearse ligeramente. La vecina de arriba sigue limpiando y sus tacones continúan sonando sobre la cabeza loca de Restituto.