domingo, 5 de julio de 2009

QUE TENGA UN BUEN DÍA

La “TMT NL” es la TooManyTaxesNoLight Company, una empresa privada que tiene dos oficinas en la ciudad, la primera dos calles más arriba que la otra. La primera más vieja que la otra, las dos igual de ineficaces y inútiles.

-Hola buenos días, quisiera hacer una consulta.

-Tiene que ponerse a la cola para que le den un número y le asignen una mesa.

Ponerme a la cola y que me den un número conlleva unos veinte minutos de espera. Tiempo suficiente para escuchar al resto de sufridores acordarse de la madre promiscua y el padre desconocido de la chica que atiende en el mostrador titulado sin ninguna clase de fundamento “Información”.

-Hace dos meses solicitamos un certificado sobre esta referencia y no lo hemos recibido. Aquí tiene una copia de la solicitud. Quería un número para las mesas y consultar qué ha pasado con nuestro escrito.

- A ver, déjeme la copia que trae.

Se la entrego con cierto recelo, ese tinte de pelo me hace desconfiar, una persona de bien no puede levantarse por las mañanas, verse en el espejo, reflejar semejante colección de tonalidades en la cabeza y salir a la calle… debería ser un delito. Creo que me pican los ojos, aparto la mirada. Toma el papel en las manos, parece leer dos líneas, se levanta y se pone a buscar en una bandeja. Pasan unos minutitos más.

-Uy, pues no sé dónde está la solicitud. No la encuentro. No sé dónde la ha puesto mi compañera… y está de vacaciones…

Las vacaciones y los desayunos son un fenómeno curioso, digno de estudio. Creo que son una subcategoría dentro de los agujeros negros, una especie de triángulo de las Bermudas donde la gente desaparece. Vacaciones interminables e intermitentes y desayunos-almuerzos donde te ponen una bolsa de Tipany´s con el café, por eso vuelven a su puesto de trabajo con una colgando del brazo.

-Bueno, mira, yo te doy un número y tú preguntas al de la mesa.

Está claro que lo del tinte era una señal. Tengo el número 12. Bonito número. En contra de todo pronóstico, no pasan cinco minutos, y el panel de turnos me dice que es el mío, en la mesa 10. Sólo hay cinco mesas. Ya decía yo que iba muy bien la cosa.

-Oiga, perdón, ¿la mesa 10 dónde está? –pregunto al tipo que atiende en la mesa 2.

-Ni idea, cuando la encuentre me lo dice –con un tonillo chulesco-cómico de lo más poco simpático.

-¿Perdón? Lo pregunto porque es mi turno y el panel me indica que la mesa es la 10.

-Pues no sé, vaya arriba, que hay más mesas.

Yo creo que este señor, que trabaja aquí todos los días, conoce tan bien este lugar como yo conozco Wagram. Subo las escaleras aparecen en el horizonte tres mesas, sin numeración que las identifique. Rastreo, pregunto y encuentro la mesa 10, como podría ser la mesa 1977.

-Buenos días. Quisiera preguntar por esta solicitud que hicimos hace dos meses, a las que aún no nos han respondido.

El tipo me mira con cara de póker. Me pega un post-it en mi copia del documento, ha escrito un nombre en él.

-Vaya a las otras oficinas, planta primera y pregunte por este hombre, él le informará.

Gracias. Salgo del edificio y camino hasta la otra oficina. Encuentro algo parecido a un vestíbulo, con un señor de mediana edad sentado a modo de conserje. Le enseño el post-it y le pido ver a la persona en él escrita. No puedo. Dice que allí no se recibe a la gente. Dice que le importa un rábano lo que ha dicho el señor de la mesa 10. Dice que no. Dice que no. No es no. Vuelvo al otro edificio, vuelvo a subir las escaleras, salto sobre la mesa 10.

-Oiga, el conserje del otro edificio no me deja pasar para hablar con la persona que Vd. me ha indicado.

-Eso es imposible, Vd. vaya y hable con quién le he dicho.

Pasa un ángel, dos, media docena. Creo que hablo sin mover los labios. Me parece que un espíritu burlón me ha poseído y estoy expresándome en arameo aunque yo no tengo consciencia de ello. Me miro las manos, los brazos, el traje de verano, comprado en las rebajas. Compruebo que sigo ocupando espacio en la realidad, soy una persona. Vamos, que se están riendo de mí conmigo delante.

-Acabo de decirle que el conserje no me deja pasar. ¿Qué hago? ¿Paso aunque no me lo permita?

-No, espere, espere un momento.

He perdido la cuenta de los momentos. Este es largo. Hace tres llamadas, se levanta, entra en un despacho, luego en otro. Sale. Coge el post-it que escribió antes, lo rompe, toma otro, anota un nombre distinto y un teléfono y me dice que vuelva a la otra oficina y le comente el tema a la persona que me señala. Gracias.

Salgo del edificio y camino hasta la otra oficina. Encuentro un vestíbulo y alguien parecido a un conserje me mira con asco y aburrimiento, sentado a modo de persona. Le enseño el post-it y le pido ver a la persona en él escrita. No puedo. Dice que allí no se recibe a la gente. Dice que le importa un rábano lo que ha dicho el señor de la mesa 10. Dice que no. No es no. Dice que llame al teléfono que me han facilitado, que es el de esa oficina, y pida una cita.

-¿Me está diciendo que vuelva a mi despacho para llamar aquí? ¿No puedo pedir la cita estando aquí ya? ¿Tengo que irme para hacerlo?

-Sí, aquí no le va a atender nadie.

-¿A Vd. le parece normal lo que me está diciendo?

-Bueno… no sé, avisaré a la secretaria del Sr. Task, por si le puede dar la cita ahora.

La secretaria del Sr. Task, el apuntado en la nota, se me acerca y habla mi idioma, ¡qué suerte!. Me da cita. Mientras, el conserje o lo que sea murmura para sí, se lamenta, porque cree que debería ser de los SWAT, el pobrecito dedica su vida a apagar fuegos, deshacer entuertos y solucionar crisis humanitarias mundiales. Tiene el estrés metido en el cuerpo, las responsabilidades le abruman, la preocupación le embarga, no duerme por las noches, las contracturas le impiden descansar y alimentarse… por eso las dos neuronas vivas que tiene rebotando en las paredes de su pequeña cabecita nunca llegan a conectar y dice sandeces una y otra vez.

-Adiós, que tenga un buen día –le digo. Un día tan bueno como el que Vd. con su amabilidad, profesionalidad y humanidad me ha dado a mí, pienso…

-Lo mismo le digo –responde.

Sí, lo mismo, campeón, lo mismo.

3 comentarios:

peibol dijo...

Quienes mejor representaron la burocracia fueron Mafalda y Asterix; la primera llamaba así a su tortuga, y el segundo la satirizó en esta película en la gente se volvía loca, literalmente, después de que les marearan para pedir un formulario.

¡Saludos!

Anónimo dijo...

Me va a dar pesadillas después de leerte, la burocracia en Cuba es una cosa realmente monstruosa, especialmente si es militar y allá casi todo es militar, ahí, para colmo de males, tienes hasta que soportar que te traten como les dé la gana y hasta tratar de ser simpático, tragándote tu propia bilis. Es horrible, te compadezco de corazón.No sé si pueda dormir esta noche....jiji

Pat Lawriter dijo...

Y esto es en la empresa PRIVADA. Horror más que horror la PÚBLICA.

Saluditos a los dossssss...