lunes, 22 de marzo de 2010

SALVADORA DE PERROS TITULADA

Hace unos días experimenté la maravillosa sensación de verme atacada por un pastor alemán. No sé si os he dicho ya que me encantan los perros, he de señalar que los míos me gustan mucho, los de los demás, mejor con correa y con bozal, y no era el caso.

El año pasado, más o menos por estas fechas, llegando al portal presencié una escena de terror, del inmenso y paralizador terror de una señora de cierta edad que paseaba con su perro de talla mediana. La pobre se topó con el pastor alemán antes dicho. La mujer no reaccionó, de modo que tuve correr hacia ella y levantar a su perro por el arnés, para que el "pastorcito violento" no lo atrapara. Y logré mi objetivo, la señora me agredeció cariñosamente la ayuda y, desde entonces, su perrito me saluda como si se hubiera tomado una pizza conmigo alguna vez. El otro día la presa pretendida por el pastor alemán era mi perro.

Mi "peque", mitad "Pulguita", mitad pozo sin fondo, es un pedacito de pan, obediente y mimoso, pequeño y dormilón. Nos disponíamos a subir en el ascensor cuando, doblando la esquina fatídica del portal, el simpático vecino alemán nos divisó y comenzó a correr hacia nosotros.

Ésta es una de esas situaciones que a veces imaginas, viendo una película o leyendo una noticia, y piennas: "Madre mía, ¿qué haría yo en ese momento?, ¡qué susto!, ¡yo me quedo helada o le pego una patada al bicho o salgo corriendo o me compro el Vogue de Abril, especial primavera y me siento a leer!". En realidad, todas las teorías e hipótesis que valoremos no sirven para nada, porque en el segundo que tienes para reaccionar, te limitas a eso, sin pararte a pensar.

Debo hacer notar que, además de llevarme a mí misma y a mi perrito, cargaba con uno de mis bolsos -grande, como ha de ser- y una bolsa en la que transportaba un tupper de puchero -con su jamón, sus garbanzos, patatas, pollo, tocino...-. Afortunadamente, la maniobra no se vió afectada por mis accesorios: me agaché, cogí a mi perro en brazos, lo pegué a la pared y esperé a que el pastor alemán llegara a nuestra altura.

No tardó mucho el tipejo en alcanzarnos, se puso de pié y me golpeó en la cabeza con su hocico. Por suerte, sólo me hizo dos pequeñas brechas, dejándome un poquito dolorida en el brazo los días siguientes, pero nada más. Los dueños consiguieron reducirlo y yo me dirigí rápidamente para el ascensor, tanteándome la cabeza para comprobar que mi oreja, mis gafas y mi cerebro seguían en su sitio, pero con compañía.

La mano se manchó de sangre al tocarme y entendí que no había sido un golpe "seco". En este punto, la dueña se me acercó para socorrerme, asegurando o preguntando o divagando sobre mi estado: "¡Ay, no te ha hecho nada, no te ha mordido, menos mal", preciso momento en el que yo me miraba la mano y veía la sangre.

Qué simpática la muchacha, a ver si capan al perro o lo llevan a una finquita en el campo y deja de darnos sustos... pero chica, corazón, prenda mía de mis entrañas, es cierto, no me ha mordido pero criaturita guapa y preciosa, ¿la sangre de qué es?, ¿es de mentira?, ¿todo esto está de moda?, ¿es una cámara oculta?, ¿el deporte de este verano?, ¿salto de pastor alemán a la cabeza como disciplina olímpica?, ¿esto puntúa para la nota fin de curso o la selectividad?, ¿este tiempo cotiza a la seguridad social?, ¿acaso cotiza en bolsa?, ¿he sido mala y me merezco este mal rato?.

Para tranquilidad de todos, no ví luces blancas ni mi vida pasar, sólo me tragué la pared gris de mi portal y pensé que el atacante podría matar a mi perro o comerse el puchero. Conste en acta y quede claro me siguen encantando los perros: los míos me gustan mucho, los de los demás, mejor con correa y con bozal... ¡y no era el caso!.

viernes, 5 de marzo de 2010

EL ABOGADO QUE NO ES MILLONARIO

El abogado que no es millonario siempre tuvo vocación y pasión por la defensa de la Justicia, estudió la carrera con ganas y deseó ejercer la abogacía.

Trabajó en un despacho, en dos y en tres y comprobó lo feliz y tranquilo que vive uno cuando son los demás los que trabajan gratis o a cambio de un sueldo miserable en "b" o un sueldo aún más miserable en "a".

Un día se lió la manta a la cabeza, se endeudó hasta la coronilla y se compró un pequeño pisito para establecer en él su despacho. Poco a poco se fue abriendo camino, peleando día a día. Y cuando llega al juzgado, porque es joven o es mujer o no lleva un maletín de piel de primera, algún funcionario, juez, compañero o cliente lo mira con recelo y desprecio.

Y le regatean los presupuestos, como en un zoco se regatean los precios, y las minutas, que permanecen meses sin abonar, después del arduo trabajo, del tiempo dedicado, del sueño arrebatado y la preocupación soportada. Y algunos meses pide aquí o allí para pagar esos gastos fijos que no saben de ingresos que van y tardar en venir, como el Guadiana.

A menudo alguien cercano le pide un favor, un favor que no se limita a hacer una llamada de cinco minutos o leer dos folios, sino que se extiende a más tiempo, más estudio, más dedicación, que roba a otros asuntos o a su descanso o a su entretenimiento y que no debe cobrar, pues corre el riesgo de parecer miserable y prepotente.

Y en los paseos de la vida, disfruta de las lindas apreciaciones que la gente se permite manifestar en voz alta, sin pudor, ni consideración, sin conocerle ni haber comido nunca con él, sin tener la más remota idea de nada: "todos los abogados son unos gilipollas, todos estáis cortados con el mismo patrón, sois todos unos chorizos".

Por eso a veces oculta su profesión, y se calla o se hace el loco, para que nadie diga, si viaja o se compra un coche nuevo eso de: "Claro, como es abogado". Para que nadie le recrimine que sepa un poco de esto o aquello, para que le permitan pagar a plazos una batidora, como a cualquier hijo de vecino.

El abogado que no es millonario, un día aprobó selectividad y eligió hacer Derecho, dedicó algunas noches de su vida a estudiar Historia, Economía y Procesal, perdió algún tiempo de su vida, ahorró de la nada para empezar a trabajar, luchó por los derechos de sus clientes, fue honesto, trabajador, razonable en sus honorarios, aplicó festivos y domingos a trabajos pagados y trabajos regalados, reflexionó largamente sobre asuntos complejos, hizo de contable, secretaria, pasante, abogado y psicólogo... y más tarde, comprobó también que era como todos, porque Hacienda somos todos ¿no?, y por eso el Sr. Impuesto venía a mirar debajo de su alfombra, por si se había deducido demasiada gasolina en su ridícula declaración de la renta. Qué mundo el nuestro ;-(.


Dedicado a todos mis compañeros, esos abogados de vocación, que no son millonarios y que sufren clientes pesados, compañeros deshonestos, la lamentable administración pública y los prejucios de la gente. Sois los mejores ;-).