El que mea en la calle es hermano del que escupe en la calle y primo del que deja las bolsas de basura fuera del contenedor y del que tira papeles al suelo (de la calle, se entiende).
El que mea en la calle es, básicamente, tonto. Primero porque prefiere poner al aire sus asuntos, en cualquier sitio, con riesgos varios, antes de entrar en un bar, pedir cualquier cosa y pasar al baño. Segundo porque se cree que el resto del mundo está ciego momentáneamente, mientras él está aliviándose. Los pobrecitos se colocan y miran timidamente a los lados, como si mirando pudieran disimular lo que en realidad están haciendo.
Algunos hasta silvan, qué gracia. Otros sufren de la próstata y la meada se eterniza, con el consiguiente meneo nervioso de cabeza, para allá para acá, como un partido de tenis: "¡Uy, qué mi pillan, que me descubren!... ¿se dará cuenta alguien de que estoy haciendo pis?". Noooooooooo, hombre, noooooooooooo, no se nota nada... tú a lo tuyo, criatura, cuando aprieta, aprieta.
El que escupe en la calle desconoce la enorme utilidad de las papeleras y los pañuelos tradicionales o de papel. Son personas cuya niñez se vió privada del valioso conocimiento de los modales (esto lo comparte con toda la familia, el del pis y el de la basura, por supuesto).
Ellos van dichosos de la vida escupiendo aquí y allá y tú vas zigzageando para que no te llueva en el pantalón, la chaqueta o la mano. Hay una subespecie del escupidor marcadamente peligrosa, el escupidor motorizado, el que en ciclomotor o en coche. El pobre escupidor simplemente actúa, sin comprobar que su recado pueda aterrizar en alguien inocente que no escupe indiscriminadamente.
Los que dejan la bolsa fuera del contenedor o los que tiran porquería al suelo están estrechamente relacionados. Dejan el contenedor abierto, tiran la bolsa desde la ventana de su casa si pueden (y algunos, por circunstancias de la vida y del planeamiento, creedme, pueden) y les importa aproximadamente un pito y dos pimientos que la basura se derrame y el contenedor se llene de lindos gatitos y otros animalitos más pequeños y menos preciosos.
Por supuesto, ninguno se plantea qué diferencia hay entre el contenedor azul, el verde, el amarillo y el tradicional. Los cuatro son iguales y los tontos del culo que clasifican la basura y se molestan en tirar cada clase en su lugar son unos ídem que no tienen nada mejor que hacer en la vida.
Nada más aburrido en la vida que reciclar, no tirar papeles ni dejar caquitas de perro en suelo, no escupir en la calle y no mear en ella.
Qué vida tan insulsa y tan convencional la de mantener nuestra ciudad limpia, con lo divertido que es vivir entre la mierda.
viernes, 26 de diciembre de 2008
INTENTO DE ROBO
El otro día intentaron robarme, bueno, técnicamente, intentaron hurtarme, no hurtarme a mí, sino hurtar algo mío, de mi propiedad... hurtarme a mí sería complicado... os podéis imaginar a alguien arrebatándome sigilosa y clandestinamente del salón de mi casa o de mi puesto de trabajo... sería complicado, como poco... digo yo que alguien se daría cuenta (¿o no?).
Yo misma me dí cuenta esta vez. Suelo ir a menudo, feliz de la vida, con mi mochila a cuestas. Eso sí, voy casi como una espia, pegada a las paredes y los escaparates, mirando hacia los lados continuamente, como perseguida por alguien... ya lo habréis notado, soy un poquito paranoica...
Ahora ya no se sé si es paranoia o simplemente previsión. Iba como levitando, vamos, a paso de paseo, cuando tuve una sensación, algo raro pasaba, noté que me estaban abriendo la cremallera de la mochila.
Mi mochila y yo, de tan unidas que estamos, compartimos una conexión paranormal, un enlace metafísico, que me permite sentir su sufrimiento, su dolor y su miedo. Por esta causa, saltó la alarma y, entonces, en ese momento, volví la cabeza y me encontré, pegado a mí espalda, sitiando mi mochila, a un chiquillo que no tendría más de trece años.
Aún no tengo muy claro quién de los dos se sorprendió más, si yo de verle a él o él de verme a mí la cara. Teorizando un poco, podemos concluir que, si me eligió a mí entre la cantidad de gente había en la calle y valorando la mala cara que tengo por las mañanas, seguramente, él se sorprendió más que yo de que le descubriera.
Paré en seco, paró en seco, paró en seco un chico más mayor que le acompañaba a pocos metros, los miré, me miraron y salieron corriendo y yo pensé en ese momento: "¡Adiós carné, adiós llaves de casa y del trabajo, adiós móvil del alma!".
Me quité la mochila y comprobé que sólo había podido abrir el bolsillo exterior. El chiquillo estará en prácticas o no llegó al bolsillo grande, donde guardo todo aquéllo que, final y afortunadamente, seguía conmigo.
Puede que alguno se esté preguntando qué llevo yo, paranoica perdida, en el bolsillo exterior de la mochila. Pues os lo diré amigos, os lo diré, aquí la bloggera es muy aficionada a las infusiones de té, tomillo, romero, menta, jazmín, manzanilla, anís... un pequeño monedero lleno de bolsitas de infusiones es lo que llevo en el bolsillo exterior de la mochila.
Otra cosa no, pero una sabrosa infusión bien calentita se podría haber hecho la criatura.
Qué pena de vida, desde luego, qué pena de vida, la suya y la del mayor que le acompañaba.
Yo misma me dí cuenta esta vez. Suelo ir a menudo, feliz de la vida, con mi mochila a cuestas. Eso sí, voy casi como una espia, pegada a las paredes y los escaparates, mirando hacia los lados continuamente, como perseguida por alguien... ya lo habréis notado, soy un poquito paranoica...
Ahora ya no se sé si es paranoia o simplemente previsión. Iba como levitando, vamos, a paso de paseo, cuando tuve una sensación, algo raro pasaba, noté que me estaban abriendo la cremallera de la mochila.
Mi mochila y yo, de tan unidas que estamos, compartimos una conexión paranormal, un enlace metafísico, que me permite sentir su sufrimiento, su dolor y su miedo. Por esta causa, saltó la alarma y, entonces, en ese momento, volví la cabeza y me encontré, pegado a mí espalda, sitiando mi mochila, a un chiquillo que no tendría más de trece años.
Aún no tengo muy claro quién de los dos se sorprendió más, si yo de verle a él o él de verme a mí la cara. Teorizando un poco, podemos concluir que, si me eligió a mí entre la cantidad de gente había en la calle y valorando la mala cara que tengo por las mañanas, seguramente, él se sorprendió más que yo de que le descubriera.
Paré en seco, paró en seco, paró en seco un chico más mayor que le acompañaba a pocos metros, los miré, me miraron y salieron corriendo y yo pensé en ese momento: "¡Adiós carné, adiós llaves de casa y del trabajo, adiós móvil del alma!".
Me quité la mochila y comprobé que sólo había podido abrir el bolsillo exterior. El chiquillo estará en prácticas o no llegó al bolsillo grande, donde guardo todo aquéllo que, final y afortunadamente, seguía conmigo.
Puede que alguno se esté preguntando qué llevo yo, paranoica perdida, en el bolsillo exterior de la mochila. Pues os lo diré amigos, os lo diré, aquí la bloggera es muy aficionada a las infusiones de té, tomillo, romero, menta, jazmín, manzanilla, anís... un pequeño monedero lleno de bolsitas de infusiones es lo que llevo en el bolsillo exterior de la mochila.
Otra cosa no, pero una sabrosa infusión bien calentita se podría haber hecho la criatura.
Qué pena de vida, desde luego, qué pena de vida, la suya y la del mayor que le acompañaba.
martes, 23 de diciembre de 2008
¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
Cuatro perros maltratados y abandonados, una vez cuidados y atendidos por El Refugio, disfrazados de langostinos, son la mejor manera de desearos a todos una FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO.
viernes, 19 de diciembre de 2008
CUANDO EL GRAJO VUELA BAJO...
...hace un frío del carajo, cuando vuela rasante, hace un frío acojonante.
La sabiduría del refranero popular es infinita. Y no hay más que decir que últimamente el grajo vuela bajo, rasante, pegaíto pegaíto al suelo. Vamos, qué hace mucho frío.
El frío es puñetero, sobre todo el frío húmedo, pero en general, todos los fríos son puñeteros.
Te despiertas por la mañana, abres los ojos y sientes el frío. Te despiertas a media noche, abres los ojos y sientes el frío. Y si puedes aguantar dos horas en la cama, con ganas de ir al baño, te aguantas; si no puedes soportarlo, te levantas.
Te incorporas, sacas la pierna de la cama y pones el pie en suelo, ¿dónde leches está la zapatilla, si yo la dejé anoche aquí...? Pues no aparece, bien se ha mudado de casa, bien está debajo de la cama. Sacas el cuerpo entero.
Ahora buscas la bata. La bata la dejaste encima de la silla, ¿dónde está la bata?, ¿dónde está la silla?, ¿a cuánto está el euribor? ¿meterán en al cárcel a los estafadores?... digo, perdón, la silla está desaparecida... o es de noche aún y no ves un pimiento.
Te levantas, sin bata, sin zapatillas, a pecho descubierto, como los valientes, avanzas por el pasillo (los baños siempre están al final del pasillo, ya sea entrando o saliendo de la casa). Con un poco de suerte, medio dormido, no te pegas un golpe con el marco de la puerta. Con un poco de mala suerte, te lo pegas (yo lo me pegué una vez, hace muuuchos añooos).
El baño está muy lejos del universo cama calentita, y en él, lo más lejano es la taza del báter, que suele estar, digamos, helada. Se te corta hasta la respiración. Pero vuelves pitando a la cama.
Breve sufrimiento, antesala de la hora de levantarse para comenzar un nuevo día de frío.
La sabiduría del refranero popular es infinita. Y no hay más que decir que últimamente el grajo vuela bajo, rasante, pegaíto pegaíto al suelo. Vamos, qué hace mucho frío.
El frío es puñetero, sobre todo el frío húmedo, pero en general, todos los fríos son puñeteros.
Te despiertas por la mañana, abres los ojos y sientes el frío. Te despiertas a media noche, abres los ojos y sientes el frío. Y si puedes aguantar dos horas en la cama, con ganas de ir al baño, te aguantas; si no puedes soportarlo, te levantas.
Te incorporas, sacas la pierna de la cama y pones el pie en suelo, ¿dónde leches está la zapatilla, si yo la dejé anoche aquí...? Pues no aparece, bien se ha mudado de casa, bien está debajo de la cama. Sacas el cuerpo entero.
Ahora buscas la bata. La bata la dejaste encima de la silla, ¿dónde está la bata?, ¿dónde está la silla?, ¿a cuánto está el euribor? ¿meterán en al cárcel a los estafadores?... digo, perdón, la silla está desaparecida... o es de noche aún y no ves un pimiento.
Te levantas, sin bata, sin zapatillas, a pecho descubierto, como los valientes, avanzas por el pasillo (los baños siempre están al final del pasillo, ya sea entrando o saliendo de la casa). Con un poco de suerte, medio dormido, no te pegas un golpe con el marco de la puerta. Con un poco de mala suerte, te lo pegas (yo lo me pegué una vez, hace muuuchos añooos).
El baño está muy lejos del universo cama calentita, y en él, lo más lejano es la taza del báter, que suele estar, digamos, helada. Se te corta hasta la respiración. Pero vuelves pitando a la cama.
Breve sufrimiento, antesala de la hora de levantarse para comenzar un nuevo día de frío.
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