Suelo verlo a menudo, siempre que su peludo y gigantesco bobtail se caga delante de mi puerta, yo le toco el timbre una y otra vez insistentemente para que abra y pueda escuchar mejor cómo la llamo puerca maleducada.
A veces le sueño. Me imagino que camino por una playa paradisiaca con él bien encajado en mi cabeza y con una linda bufanda a juego rodeándome el cuello. Los cocos repican en las palmeras y las hamacas tocan el violín. Así son los sueños, fantásticos.
Tengo un plan. Voy a robarle el gorrito a mi vecina. Le regalaré un presente, una tarta de manzana de la paz. Pero antes bajaré a pedirle un poquito de azúcar y cuando se marche a la cocina con mi taza de Winnie Pooh en la mano, me haré con el gorrito y lo guardaré en el bolsillo de atrás de mi Levis. Sonreiré cuando me devuelva la taza por la mitad de azúcar y le rozaré la mano, para que sienta que estoy próxima y soy sincera.
Y luego volveré a mi casa, cerraré la puerta y me miraré en el espejo de mi cuarto para poder colocármelo perfectamente en la cabeza, ¡en cuanto la encuentre!.
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