El abogado que no es millonario siempre tuvo vocación y pasión por la defensa de la Justicia, estudió la carrera con ganas y deseó ejercer la abogacía.
Trabajó en un despacho, en dos y en tres y comprobó lo feliz y tranquilo que vive uno cuando son los demás los que trabajan gratis o a cambio de un sueldo miserable en "b" o un sueldo aún más miserable en "a".
Un día se lió la manta a la cabeza, se endeudó hasta la coronilla y se compró un pequeño pisito para establecer en él su despacho. Poco a poco se fue abriendo camino, peleando día a día. Y cuando llega al juzgado, porque es joven o es mujer o no lleva un maletín de piel de primera, algún funcionario, juez, compañero o cliente lo mira con recelo y desprecio.
Y le regatean los presupuestos, como en un zoco se regatean los precios, y las minutas, que permanecen meses sin abonar, después del arduo trabajo, del tiempo dedicado, del sueño arrebatado y la preocupación soportada. Y algunos meses pide aquí o allí para pagar esos gastos fijos que no saben de ingresos que van y tardar en venir, como el Guadiana.
A menudo alguien cercano le pide un favor, un favor que no se limita a hacer una llamada de cinco minutos o leer dos folios, sino que se extiende a más tiempo, más estudio, más dedicación, que roba a otros asuntos o a su descanso o a su entretenimiento y que no debe cobrar, pues corre el riesgo de parecer miserable y prepotente.
Y en los paseos de la vida, disfruta de las lindas apreciaciones que la gente se permite manifestar en voz alta, sin pudor, ni consideración, sin conocerle ni haber comido nunca con él, sin tener la más remota idea de nada: "todos los abogados son unos gilipollas, todos estáis cortados con el mismo patrón, sois todos unos chorizos".
Por eso a veces oculta su profesión, y se calla o se hace el loco, para que nadie diga, si viaja o se compra un coche nuevo eso de: "Claro, como es abogado". Para que nadie le recrimine que sepa un poco de esto o aquello, para que le permitan pagar a plazos una batidora, como a cualquier hijo de vecino.
El abogado que no es millonario, un día aprobó selectividad y eligió hacer Derecho, dedicó algunas noches de su vida a estudiar Historia, Economía y Procesal, perdió algún tiempo de su vida, ahorró de la nada para empezar a trabajar, luchó por los derechos de sus clientes, fue honesto, trabajador, razonable en sus honorarios, aplicó festivos y domingos a trabajos pagados y trabajos regalados, reflexionó largamente sobre asuntos complejos, hizo de contable, secretaria, pasante, abogado y psicólogo... y más tarde, comprobó también que era como todos, porque Hacienda somos todos ¿no?, y por eso el Sr. Impuesto venía a mirar debajo de su alfombra, por si se había deducido demasiada gasolina en su ridícula declaración de la renta. Qué mundo el nuestro ;-(.
Dedicado a todos mis compañeros, esos abogados de vocación, que no son millonarios y que sufren clientes pesados, compañeros deshonestos, la lamentable administración pública y los prejucios de la gente. Sois los mejores ;-).
viernes, 5 de marzo de 2010
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5 comentarios:
¡Ay, qué profesión más amarga! Lo del "pasante" lo que sea, que no cobra, es la leche en bote.
Yo tenía una compañera que sí acabó derecho (no como yo) y me contó que en una entrevista le dijeron que tener Derecho era como tener "cultura general".
(País, que dijo Forges)
Es una gran profesión, pero no tan dulce como algunos creen! Qué valor el de tu amiga... pobre... besos!
¿Entonces estas pensando ya empezar a cobrar la minuta en especies o camellos?... ánimo guapa, que suerte que hay gente como tu en los juzgados...
Ay, madre! Creo que llevo retraso con tu blog (entre otras muchas cosas, claro). Una no es abogada, pero hay que ver lo que me suena esta canción que cantas...En fin, un mundo triste, pero también bastante mejor ahora que volviste. ¡Saludos! Y me pongo a leer lo que no he leído hasta ahora.
Gracias, preciosas! Moni, me alegro de verte por aquí!
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